sábado, 22 de junio de 2013

Merkel, la dura

El freno de Merkel

Europa no debe desentenderse de Turquía, pese a la represión desencadenada por Erdogan

Entre lo mucho que pone en peligro la escalada de la represión en Turquía a cargo del primer ministro, Erdogan, figuran las moribundas relaciones de Ankara con la Unión Europea. Si hasta hace unas semanas el relato dominante concernía a los logros del jefe de Gobierno turco en la modernización económica y política de su país o su audacia al impulsar un proceso de reconciliación con la minoría kurda, los acontecimientos iniciados en la plaza de Taksim han roto el encanto. La imagen de Turquía como poder reformista regional se tambalea a la vez que su siempre precaria relación con una UE que parece incapaz de asumirla culturalmente.
El bloqueo por Alemania de las conversaciones sobre el acceso de Turquía a la UE, en el limbo desde hace tres años y previstas la semana entrante, va más allá del forcejeo diplomático escenificado ayer por ambos lados y de las veladas amenazas de Ankara de dar por canceladas sus aspiraciones comunitarias. Las negociaciones no han sido desconvocadas, pero todo sugiere que el rechazo de Berlín, al que se une Holanda, es lo suficientemente firme como para devolver al dique seco un acercamiento iniciado hace ocho años.
A diferencia de otros dirigentes europeos, Angela Merkel ha sido siempre una convencida opositora al ingreso de Turquía en la UE. El manifiesto de su partido demócrata-cristiano para las elecciones de septiembre consagra ese rechazo. La violencia sin contemplaciones ordenada por Erdogan contra los manifestantes, el progresivo caudillismo de sus actos y declaraciones y la manifiesta agenda islamista de su partido Justicia y Desarrollo han facilitado las cosas a la canciller.
La dividida Unión Europea, sin embargo, debe hilar fino en su nuevo valladar a una relación que se considera vital para las dos partes por motivos económicos y geopolíticos. En juego no solo están los lazos con un Gobierno intolerante, que entiende la democracia como mera mayoría electoral mientras busca el copo de todo espacio político y social. Si Europa se desentiende de Turquía, lo hará también de esa presión benéfica para su democratización a la que en buena medida se deben muchos de los logros de Erdogan; abandona en parte a su suerte a quienes se lanzan a las calles para defender de hecho valores que Europa proclama. El estallido cívico y la vitalidad democrática que estos días expresan muchas ciudades turcas merece la más seria consideración de la UE.

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