domingo, 31 de marzo de 2013

Los niños

Los niños primero

No pueden ser solo las organizaciones humanitarias las que hagan frente a la precariedad

Reparto de comida en el local de Cáritas de Santa Pola (Alicante). / Pepe Olivares

Lo que más me apena de mi país es saber que hay niños pidiendo en la calle. Más o menos, con estas palabras expresaba el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti la tristeza por las noticias que le llegaban del país que hubo de abandonar en tiempos de la dictadura militar para instalarse en Madrid. Una vez que retornó la democracia, le preguntaron en una entrevista por la posibilidad de regresar a su ciudad, Montevideo, y entre algunas razones que dejaban entrever que jamás emprendería el camino de vuelta, Onetti habló de los niños. Como sin dar crédito, como si no pudiera imaginar que en la llamada Suiza latinoamericana de su juventud fuera posible presenciar escenas como esa. Y lo entiendo. En el seco carácter del intelectual español, hablar de niños siempre hace que salten las alarmas. Si es con respecto a lo puramente lúdico o cultural, se considera un universo cursi; si se denuncia una carencia o una injusticia social, se presentan otro tipo de prejuicios: ¿por qué hay que destacar el padecimiento de los niños con respecto al de los viejos, por ejemplo? Cierto, todos los seres humanos, cualquiera que sea nuestra edad, tenemos capacidad de sufrir el hambre, el dolor, el frío o la falta de cariño, pero es natural, instintivo, animal, tratar de alimentar, defender, arropar y preparar para el futuro a aquellos que dan sus primeros pasos en este mundo. Además, Onetti, como le ocurría a Salinger o a Roald Dahl, entendía la niñez como ese periodo de la vida en el que la pureza, la genialidad y la inocencia aún no han sido vulneradas por el crecimiento. Yo también lo creo. Cada vez que escucho a alguien afirmar, como si encima se le acabara de ocurrir, esa idiotez de que los niños son muy crueles, me pregunto cómo alguien es incapaz de apreciar que en el ser humano es más predominante el espíritu de colaboración, que puede verse cercenado o robustecido con la educación y el ambiente. ¿Por qué predomina la maldad entonces? En mi opinión, no sé cuál será la de los estudiosos del comportamiento, porque nos estropeamos, y porque la vileza es siempre más llamativa que la bondad. Porque los bondadosos suelen ser más prudentes.
Las cifras de niños que viven en España por debajo del umbral de la pobreza son inaceptables
Lo afirmo: que haya casi un 30% de parados es algo aterrador, pero que haya dos millones de niños por debajo del umbral de la pobreza es inaceptable. De acuerdo, una realidad es la consecuencia de la otra, pero mientras no se incentiva la creación de trabajo, ¿qué podemos hacer con los niños que acuden infraalimentados a la escuela? Echo de menos que un dato de tal gravedad no aparezca, por ejemplo, en el discurso del presidente del Gobierno sobre el estado de la nación. Es como si en España hubiéramos considerado que esos son datos que solo deben estar en boca de representantes de Cáritas, la Unicef o la Cruz Roja y que un presidente está para abordar asuntos de más calado. ¿De más calado? Pero si son las propias organizaciones humanitarias las que en estos momentos solicitan un mayor compromiso explícito del Gobierno o de los Gobiernos de cada comunidad. Creo que la noticia más deprimente de todo este abanico de noticias deprimentes que a diario escupe la actualidad fue el anuncio de que se cobraría a los niños por utilizar las instalaciones del comedor si llevaban un tupper con el almuerzo a la escuela. Si antes nos teníamos que ocupar de ofrecer a la infancia una educación igualitaria, ahora debemos añadir la preocupación por que tengan sus necesidades cubiertas.
Me ha llamado la atención que el Gobierno canario haya decidido abrir 132 colegios el próximo verano para alimentar a 8.000 criaturas. Buena inversión. La pobreza infantil en Canarias está cuatro puntos por encima del resto de España, y en los colegios han advertido que muchos padres desapuntan a los niños del comedor por no poder permitirse ese gasto. No deben considerarse problemas que afectan a cada familia, sino a toda una comunidad, a un país entero. Y no pueden ser solamente las organizaciones humanitarias las que hagan frente a esa precariedad. Si los desahucios llegaron al Congreso de los Diputados, las carencias infantiles han de llegar también. Por mucho que los ciudadanos estemos dispuestos a donar una cantidad de dinero a alguna de esas ONG, esto debe considerarse un asunto de interés político, aunque sea un momento en el que al albur de la pobreza florezcan organizaciones ultrarreligiosas a las que se ceden los servicios que antes estaban en manos del Estado y que se entendían como derechos legítimos de los ciudadanos.
En un futuro, en ese tiempo ahora inimaginable en el que España será un país más pobre de lo que ha sido, pero pueda respirar con cierto alivio de esta crisis de principios de siglo, habrá adultos que recuerden que en su infancia pasaron verdadera necesidad. A mí me gustaría pensar que desde ya la clase política se dispone a aligerar ese recuerdo, que si bien los que hoy son niños recuerden el día de mañana que sus padres estaban en paro, jamás puedan decir que se vieron en la calle, que les faltó una buena comida o que carecieron del material escolar que sus compañeros tenían. Menos aún que les fue negada la posibilidad de imaginar un futuro construido a la medida de sus aspiraciones. Quién dice que esto no debería estar por encima de casi cualquier asunto.

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