lunes, 14 de enero de 2013

Comunidades y sociedad

Comunidades y sociedades
Víctor Flores Olea
En los últimos días, a propósito de nuestro último artículo en estas páginas de La Jornada, Los zapatistas presentes, en medios universitarios ha surgido una discusión por demás interesante sobre el significado más profundo y permanente de la presencia política en México de los zapatistas.
Algunos sostienen que se trata de un avance magnífico en la ruta de la democracia, ya que, por ejemplo, el mandar obedeciendo que postulan mostraría una vocación democrática profunda, difícilmente comparable a las prácticas de otros movimientos sociales.
Tal expresión, por otro lado, confirma el carácter comunitario del zapatismo, lo que significa raíces de hermandad y cultura prolongadas durante mucho tiempo. La distinción fundamental: la asociación o las sociedades tienen su origen en una expresión de la voluntad que se confirma diaria, eventualmente de manera ininterrumpida o que dura a largo plazo, pero cuya existencia depende siempre de la voluntad expresa o implícita de los asociados. En realidad, este contrato social ha servido de hipótesis para explicar la fundación de las sociedades políticas modernas (que otorgan más de lo que obtienen: Juan Jacobo Rousseau, El contrato social), y que en verdad sería la piedra angular de la libertad y de la democracia, tal como se han manifestado en Occidente, que existen, es cierto, pero sólo hasta el momento en que los asociados deciden retirar su voluntad y dejar sin consecuencias a su asociación.
Por eso se ha dicho que la asociación voluntaria, aun con efectos políticos, se aproxima más a la asociación o sociedad privada, en que se expresa la voluntad de las partes con fines mercantiles o de provecho económico. No deja así de sorprender que la figura del contrato social haya sido la noción más socorrida como metáfora explicativa de los organismos públicos actuantes. Probablemente de este hecho no tan difícil de probar se deriva la gran fragilidad de las asociaciones o sociedades públicas y privadas.
En cambio, cuando un conjunto humano está vinculado por lazos comunitarios, es decir, por lazos culturales y por experiencias pasadas y presentes que los vinculan, resulta que su estabilidad y permanencia está en principio asegurada para el largo plazo, y no sólo eso, sino que la conducta colectiva, precisamente comunitaria, revela siempre los elementos de esa historia y de esas experiencias en común. Que no únicamente se descubre como pasado común, sino como posible futuro común, no tan remoto. Y, sobre todo, por prácticas comunitarias (algunos los han llamado usos y costumbres de las comunidades), eventualmente con un gran historial a precisar, pero sobre todo como manifestaciones de una honda experiencia que los ha ido conformando propiamente como comunidades, con tales o cuales características históricas que trascienden las circunstancias.
El mandar obedeciendo de los zapatistas, que ha sorprendido a los estudiosos occidentales por su calidad expresiva sintética, se ha interpretado como nueva alusión al rigor heredado y a la tradición democrática que priva en comunidades como la zapatista. Es verdad, pero también debemos decir que la idea de una comunidad actuando, como la zapatista, está lejos de limitarse a su variante política, por más notable que resulte su síntesis de la democracia (el mandar obedeciendo), que en rigor sólo puede desplegarse en las comunidades y no en las asociaciones, ya que es imprescindible no sólo un acuerdo transversal y de arriba hacia abajo, sino formas de vida y de destino común que sólo pueden estar presentes en las comunidades, en los grupos comunitarios.
Ahondando por estas vías, llegamos a la conclusión de que en el horizonte de las comunidades, por ejemplo los zapatistas en Chiapas, la democracia tiene implicaciones mucho más vastas que aquellas que puede encerrar una frase feliz o realmente significativa como la repetida. Y su primera implicación, que no se agota en las relaciones de poder o en las de mando-obediencia, es que nos remite a una atmósfera en la que es posible la libertad, en la que es necesaria la libertad. La frase alude también a la fundación de la libertad de los zapatistas y no sólo al ejercicio de su democracia.
De cualquier manera, la mención de la democracia revela por fin su significado más hondo: la real democracia es la que otorga y hace posible además la auténtica libertad. La libertad, más que la democracia, es entonces el quid o la llave de todo sistema o régimen político, y no la democracia que es sólo una manera, digamos técnica, con infinidad de variantes, para hacer posible una convivencia en sociedad que pueda calificarse de civilizada; podemos decir que el real y gran objetivo de los hombres en sociedad es precisamente alcanzar la libertad.
La libertad, que no significa desprendimiento total de ataduras u obligaciones, pero que son ataduras que se aceptan y en cierta forma se subliman, para colmar la vida de los hombres y su plena realización en el mundo como integrantes de la sociedad y como individuos. La libertad, que implica, por supuesto restricciones, es el real objetivo de los hombres en sociedad, y supone variedad de factores que la alimentan y hacen posible. La libertad, en todas las civilizaciones, es entonces el resultado de la cultura desarrollada que se propone cumplir con la plena realización humana.
En los tiempos actuales, parece, se ha insistido más en la sustancia de la democracia que de la libertad, pero eso se debe sin duda a cuestiones de actualidad intelectual: en el fondo, la realización de la libertad y de las libertades en la sociedad de nuestros días sería el objetivo central de una democracia real.

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