jueves, 27 de diciembre de 2012

México, la visión de una antropóloga griega.

Nos vemos al rato
María Jaidopulu Vrijea*
Hace años viví mi estancia en México como un viaje a la diferencia y a la similitud; fue un viaje sorprendente, difícil, maravilloso. Más que comparar o criticar quise comprender las diferenciaciones culturales de la vida cotidiana, algunas chiquitas, otras grandes.
Salí del país con muchos descubrimientos sobre mi propia cultura, pero también con más preguntas que respuestas sobre lo ajeno. Ya estaba segura que existían en México cosas culturalmente incomprensibles para mí, una de las cuales, por supuesto, era la noción del tiempo.
El ejemplo de nos vemos al rato resulta característico. Esta frasecita tan común siempre fue un misterio para mí: nunca era obvio si era verdadera o de cortesía, si se trataba de una hora, unos días, unas semanas o nunca. Ninguna señal sugería exactamente qué significaba este al rato.
Rendida en mi incomprensión y ya viviendo en Grecia me di cuenta. Mis herramientas de análisis, o más bien mis lentes, fueron erróneas. Para averiguar si tendría que tomar en cuenta este al rato observaba el contexto, las miradas, el tono de la voz: lo que realmente buscaba era el momento exacto de la materialización de esta frase en el futuro.
Sin embargo, el futuro no tenía nada que ver. Esta frase no corresponde a una concepción del tiempo mensurable sino a una del tiempo vivido. Me explico:
El vernos al rato insinúa un deseo de rencuentro en el futuro, pero nada más eso, no promete una cita. Lo realmente importante es el tiempo-espacio apenas vivido del cual surge este deseo. El vernos al rato es una declaración que expresa el goce sobre este apenas vivido: concluye sobre un tiempo-espacio confirmando verbalmente el disfrute colectivo, es como decir lo pasamos bien, a ver si nos vemos de nuevo. Por eso, aunque el rato no puede ser definido en segundos y horas, en tiempo medido, el vernos al rato es, en la mayoría de las veces, verdadero.
La gran revelación para mí fue que mis lentes académicas no me dejaron ver una característica muy cercana a mi propia cultura; es decir, mi formación había permeado mi bagaje cultural hasta el punto de producir un bloqueo en la comprensión, una ceguera hacia lo obvio.
México, como Grecia, no pertenece al coro occidental y por eso son más visibles categorías de tiempo y espacio diferentes del tiempo y espacio abstractos, medidos, de los relojes y de los kilómetros. En la vida cotidiana estos tiempos y espacios vividos, a veces, se vuelven dominantes. Todos lo sabemos y, aunque lo admitimos, no llegamos a defenderlo abiertamente.
Sin embargo, es esta combinación y coexistencia misteriosa y casi secreta, de diferentes tiempos y espacios, de espacios y tiempos mensurables y espacios y tiempos vividos, lo que da el camino a lo inesperado, al goce, al juego. Nuestras culturas nos ofrecen el derecho de esperar lo imprevisible, mientras la mirada científica (occidental) quiere hacer exactamente lo contrario, es decir, controlar el futuro, ajeno y propio.
* Antropóloga griega

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