sábado, 29 de diciembre de 2012

Lo perdido entre Berlusconi y Monti.

El año perdido entre Berlusconi y Monti
Rossana Rossanda *
Ha bastado que Silvio Berlusconi reapareciese en las pantallas, con el rostro mal estirado hacia arriba –hay límites, sólo sean los de la edad, para recomponerse las facciones–, para que Italia corriese a refugiarse bajo el ala de Mario Monti. O uno u otro, tertium non datur. No son la misma cosa, como sugiere Alberto Burgio, aunque el rumbo que indican es siempre todo a la derecha, pero desde hace tiempo los italianos parecen desacostumbrados a pensar que la distinción entre izquierda y derecha tenga sentido. Hoy no habría más que ese rumbo, indicado por el predominio del finanzcapitalismo, como lo llama Luciano Gallino, muy púdicamente corregido en la reciente cumbre europea... pero el guiño a los evasores fiscales, la primacía de los intereses privados como método de gobierno y vida, alguna broma antieuropea y falsamente popular –“Spread? (la prima de riesgo) ¿Esa quién era?”–, un cierto plebeyismo considerado ingenioso se reconocen en Berlusconi, lo mismo que en Grillo y similares. No yerran del todo fuera al vernos como una perpetua comedia del arte, Polichinela y Arlequín triunfan sobre la estupidez de los demás. Y esa mitad de la gente que no prefiere la astucia se vuelve a una figura que parece más frecuentable por costumbres y decencia.
Estamos perdiendo demasiado tiempo. Tertium non datur, porque no existe una izquierda suficientemente fuerte para dotarse de una política convincente y distinta de la austeridad. Sin embargo, no significa caer de la sartén del caballero de industria a las brasas del neoliberal de una pieza. Son ya tantas las voces de los expertos que lo advierten: por este camino la Europa del sur está cayendo en un agujero cada vez más profundo, en una crisis de sociedad cada vez menos transitable. Por mucho que se royera bien el gasto público, aun con más energía y equidad que Monti, hasta que no se produzca un giro en la economía, el empobrecimiento de 90 por ciento de la gente continuará hasta límites insostenibles. Ya lo son: el porcentaje de parados en el continente, más del doble en el caso de los jóvenes en busca de empleo, pesa como una losa. En torno a los 4 millones declarados en Francia y más que presuntos en Italia, con al menos otro tanto de precarios y trabajo en negro, sobre todo de mujeres y extranjeros, y la mitad de la fuerza de trabajo que vacila o se encuentra ya bajo el umbral de pobreza. La esponjosidad de la Italia de los años 70 y 80 ya no existe, la diferencia entre rentas del trabajo y del patrimonio, mobiliario o inmobiliario, que revolotea en los mercados mundiales, se ha invertido en favor de los segundos, y no hay rastro de la lucecita que Monti decía adivinar al final del túnel. Los indicios de crecimiento de Europa, ya muy bajos, no aciertan más que a disminuir y hasta el Fondo Monetario Internacional advierte: atención, si no crecéis vais camino del abismo.
Y no se trata de pequeños reajustes. Hay que poner freno a la caída productiva y al consiguiente empobrecimiento de la mayoría para reconstituir el crecimiento, distinto del esquema argentino, cuyo tenue aliento está terminando. La verdad es que hay por todos lados una corrección de las previsiones, también China crece menos desde hace algunos años, el rostro económico del mundo es todo un estremecimiento de variantes. Pero no se puede pensar en salvar Europa y su moneda por medio de algunas sabias maniobras del BCE en presencia de un permanente descenso de las mercancías que producir y vender fuera del país y del ejército asalariado que las produce y las compra: no hace falta ser un economista para entenderlo. Habría que recortarle alguna garra más a las finanzas, recuperar algún control sobre el movimiento de capitales (como ha explicado Andrea Baranes), negociar, posiblemente junto a los demás países del sur en vía de asfixia, una razonable prórroga de la deuda, si no su cuantificación, y restablecer un poder político sobre las políticas económicas. Es insensato que Europa se vea privada de todas sus capacidades productivas más importantes en lo que toca al acero (que se trataba de un bien construido con dinero público) para venderlo al millonario indio Mittal, el cual cierra ahora algunos altos hornos conservando la producción de acero de alto valor añadido, sin que los estados puedan defender a los trabajadores que se quedan en la calle, cuya asistencia como parados recaerá sobre ellos. Todo a la espera de que la mano invisible del mercado, socialmente ciego, ofrezca quién sabe dónde y cuándo un puesto de trabajo. Inane idea la de que el continente podía despojarse de los recursos estratégicos: el acero no es una mercancía opcional. ¿Y quién representa a los trabajadores del acero o del automóvil que se quedan sin trabajo? ¿Quién tiene la posibilidad de cambiar sus condiciones? Hasta Alemania comienza a boquear.

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