miércoles, 8 de agosto de 2012

Transparencia y conspiración.

Transparencia y conspiración
Claudio Lomnitz
El proceso de transición democrática ha sido tan largo y complejo, que cabría preguntarse si no vale la pena repensar algunos de sus aspectos: a fuerza de repetición, hemos sustituido el pensamiento crítico por lugares comunes.
Tradicionalmente, se ha contado la transición como un proceso que arrancó en la década de los sesenta, cuando el régimen de Estado corporativo no fue ya capaz de representar a una sociedad crecientemente compleja. El movimiento de 1968 se estrella con en el autoritarismo, que toca fondo en la elección de 1976, donde no hubo siquiera un candidato de oposición para la Presidencia, hecho que, a su vez, llevó a la reforma política de Reyes Heroles que, seguida de otra serie de reformas, consiguió establecer un sistema pluripartidista, de competencia electoral y rotación en puestos de elección popular.
La historia aparece, entonces, como un movimiento progresista, y de efectiva transformación democrática. Incluso si comparamos los conflictos poselectorales de 2006 y el actual, se nota al menos algún progreso: en 2006 se peleaba el recuento de votos; hoy no se discute tanto el cómputo de votos, sino irregularidades (reales o imputadas) en el financiamiento de las campañas, el acceso desigual a medios de comunicación o la persistencia de prácticas clientelares para la movilización del voto.
No es que esta manera de contar la transición ya tradicional sea falsa, pero vale la pena explorar también otros aspectos de la transición económica y política, que se apartan de la narrativa de la transitología más conocida, no porque la contradigan, sino porque se detienen en problemas colectivos distintos.
Una de esas formas alternativas de análisis se centra en el estudio y análisis de la persistencia y la relevancia del rumor y de las teorías de conspiración en la sociedad mexicana.
Se supone que las transiciones democráticas conllevan un proceso político de mayor transparencia, pero el hecho es que muchas transiciones van también de la mano de fuertes oleajes de suspicacias y de una profusión de teorías de conspiración. Y sin embargo, la problemática más amplia de la transparencia y de su relación con las teorías de conspiración se ha discutido poco. Un acercamiento comparativo a esta cuestión puede ser útil, porque apunta a problemas democráticos que rebasan, por mucho, el problema del voto, de los partidos y de los candidatos. Pero se trata también de un asunto nada fácil de pensar, que requiere, sobre todo, de atención y discusión colectiva.
La bibliografía antropológica, histórica y sociológica acerca de teorías de conspiración es extensa. Hay libros acerca de la importancia de teorías de conspiración en los albores de la era moderna: en las acusaciones de brujería contra de sectas heterodoxas dentro del cristianismo –los waldensianos, por ejemplo– o contra los hugonotes en el mundo católico; la paranoia contra la masonería o contra los jesuitas en la era de la Revolución Francesa; las teorías de conspiración palaciega en la Rusia zarista; las teorías de conspiración contra judíos en el nazismo, contra comunistas durante el macartismo, o en la argentina de la dictadura militar; las teorías de conspiración de la CIA o el sionismo en Medio Oriente; las teorías de conspiración antimusulmanas en Europa; la angustia en torno de la brujería en la política africana; las teorías de que Barack Obama es musulmán y extranjero, e incluso las conspiraciones más light difundidas en la cultura de masas –desde los X-Files al Código Da Vinci–, protagonizadas por extraterrestres, Caballeros Templarios, cárteles de drogas, religiosos fundamentalistas y un largo etcétera… Son ejemplos.
Lo que se puede decir a partir de la antropología sobre el tema es que hay una relación entre la obsesión con la transparencia y las teorías de conspiración. La transparencia siempre deja un lado oscuro. En los albores de la edad moderna, por ejemplo, la obsesión con la transparencia vino de la mano del abaratamiento del vidrio y la tecnología de los lentes (lupas, telescopios, microscopios). En el mundo protestante se puso de moda construir casas con ventanas a la calle, como para mostrar que sus piadosos moradores no tenían nada que ocultar. Pero las sospechas siempre surgen de cualquier intersticio oculto, y de pronto se daban las cacerías de brujas, como la de Salem, Massachusetts.
Hoy, la obsesión con la transparencia ha venido de la mano de otra revolución tecnológica: la cibernética, la Internet, las bases de datos, los Windows, etcétera.
Pero como toda apertura deja también espacios en que se pueden ocultar cosas, hoy vemos que los nuevos regímenes de transparencia vienen de la mano con nuevas teorías de conspiración.
Hay que tener cuidado con ambas cosas –las teorías de conspiración y los regímenes de transparencia. Las teorías de conspiración suelen ser peligrosas porque dejan la interpretación de la realidad abierta a una lucha política sorda, ya que por lo común son imposibles de demostrar ni de contradecir. Por eso pueden terminar fácilmente en persecuciones: cacerías de brujas, etnocidios, suspicacias contra de minorías políticas o sexuales. Sin embargo, tampoco se puede hacer frente a las teorías de conspiración sin discutir también las teorías de la transparencia a las que se contraponen, y reconocer que también tienen su lado oscuro.

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