martes, 14 de agosto de 2012

Tiempo de luchar/ cuento corto.


Tiempo de luchar

Por Juan José Lara



-          Me vi al espejo y me dije: “No todo lo que brilla son tus ojos”. También las ideas
galopando en la pradera del tiempo definitorio brillaban deslumbrándonos.

Eran los días que Otto René y Roque Dalton,  radiantes instalados ya en el Olimpo nos inspiraban con su poesía llevada hasta las últimas consecuencias.

Gramsci, Lukács, Altusser, Sartre entre otros nos daban el marco teórico donde el compromiso del intelectual era ineludible.

Entonces llegó Miriam y me dijo que se iba con los revolucionarios. De sopetón me lo confesó recitándome aquellos versos vibrantes de Neruda:

“Tu pueblo/ tu pueblo desdichado/ entre el monte y el río/ con hambre y con dolores/ no quiere luchar solo/ te está esperando amigo”.

Luego acotó:

“…será dura la lucha/ la vida será dura/ pero vendrás conmigo”.

Nuestras vidas, objetos y sueños, pronto se volvieron clandestinos. La disciplina militante me impuso que no volviera a ver a Miriam, sin que a la fecha sepa sobre su paradero. Fue naturaleza viva, agua en el río, vegetación en el monte, camuflada para no morir. -

Este relato me lo formuló Felipe, cuando nos encontramos después de muchos años. Recién había vuelto en búsqueda de su familia.

A su hijo a quién había dejado con su madre lo encontró convertido en un muchacho, de esos que llaman “ninis”. La vieja era la misma matriarca avasalladora de los hombres de la familia aún desde su lecho de enferma.

 Felipe atravesaba por una crisis existencial; llevaba una vida poblada de precariedades, no tenía ni para comprarse una medicina. Se miraba al espejo y no encontraba el brillo de ninguna utopía. Conversar conmigo le proporcionó alguna ayuda emocional.

Una noche soñé que  me decía, exclamando desde una fotografía gris, con la vacuidad de los muertos manifestada en el rostro, “No todo lo que brillan son tus ojos”. Al despertar corrí al espejo somatizando sus depresiones y, desde entonces, siempre  frente a mi reflejo en la superficie lisa del cristal me pregunto: ¿No estaré yo también muerto

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