Couto y su Diálogo sobre la pintura en México
Margo Glantz
Don José Bernardo Couto
nació en 1803 y murió en 1862. Como otros hombres famosos del siglo
XIX, participó en todas las áreas de la vida nacional, fue diputado y
senador desde muy joven, ministro del Interior, de Justicia y de
Relaciones Exteriores. Al terminar la guerra con Estados Unidos
intervino en la negociación del Tratado de Guadalupe Hidalgo, notable
operación diplomática explícita en su muy importante y razonado texto
publicado con el nombre de Exposición de motivos presentada por los comisionados de México.
En 1850 fue candidato a la presidencia de la República y en 1854,
junto con el poeta Manuel Carpio, de quien escribió la biografía,
decidió que la letra del himno nacional mexicano fuera de Francisco
González Bocanegra. Colaboró con Honorato Riaño y Javier Echeverría, de
quien también escribió la biografía, para restaurar la Academia de
Nobles Artes de San Carlos, en 1843, de la que en 1852, al morir
Echeverría, fue nombrado presidente. Durante su gestión ordenó e
incrementó las colecciones del museo, restauró y amplió sus edificios,
hizo venir de España a Pelegrí Clavé como director de la Escuela de
Bellas Artes, de Italia a Eugenio Landesio y de Inglaterra al maestro
George August Periam para que impartieran clases de pintura.Es más, como resultado de esa gestión escribió su Diálogo sobre la pintura en México, del que Manuel Toussaint, figura pionera en los estudios del arte colonial en México del siglo pasado, se expresa así: “El pequeño libro de Couto sobrevivió y sobrevivirá por diversos motivos. Él construyó el primero, una síntesis de historia de la pintura colonial. Antes de su Diálogo... sólo existían informes aislados, muchos inexactos, otros exagerados, acerca de figuras pero no de movimientos”
El diálogo se arma al estilo de los célebres Diálogos latinos que Francisco Cervantes de Salazar escribiera en el siglo XVII. Son tres los interlocutores, José Joaquín Pesado, Pelegrí y Couto, quienes van exponiendo su pensamiento mientras deambulan por las distintas galerías de la Academia, excelentes guías que siguen siendo vigentes; describen uno a uno los cuadros que ante sus ojos se presentan, al tiempo que señalan sus cualidades, defectos y su posición jerárquica en la pintura novohispana de los siglos XVII y XVIII; dichos criterios esbozan un concepto de estética y una teoría del arte.
El sentido de la belleza ha sido dado a pocos pueblos en la tierra. Los griegos entre los antiguos y los italianos entre los modernos, lo han tenido en grado superior, vuelve a apuntar Couto. A pesar de estos prejuicios arraigados durante varios siglos –baste leer las opiniones sobre el arte prehispánico de los antiguos cronistas para comprobarlo– el texto de Couto sienta las bases para una historia de la pintura novohispana y adelanta varias ideas que, retomadas más tarde, darían origen a un nuevo concepto de la crítica y a la revaloración de la pintura colonial que el siglo XIX tanto descuidó y hasta rechazó, debido a las vicisitudes históricas, a la contienda entre liberales y conservadores, a las guerras de Reforma y a la consolidación de un Estado laico ahora de nuevo en peligro. Incluye una visión profética, la de la posibilidad de que en el futuro arte mexicano predominara la pintura mural.
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