sábado, 4 de agosto de 2012

México, riesgo de contagio.

Riesgo de contagio
Bernardo Bátiz V.
Atodo lo largo y ancho del país la violencia sigue desatada y el temor es un sentimiento presente entre los mexicanos de todas las edades y condiciones, a pesar de la reiteración mediática de variaciones porcentuales mínimas en los índices de asesinatos y secuestros. Lo anterior magnificado por noticias siempre imprecisas e incompletas de enfrentamientos en los que la mayoría de las veces, los muertos son presuntos delincuentes, sicarios o traficantes.
Los sobrevivientes son presentados para la foto y el video por regla general, como asustados integrantes de los más bajos estratos del crimen organizado; no se compaginan las grandes fortunas que dicen produce la delincuencia organizada, con las pobres imágenes de mal vestidos y peor peinados que vemos como parte del espectáculo cotidiano del miedo. Rara vez hay un delincuente modelo de éxito económico, tal parece que los que se dejan apresar son los peones de última categoría de los cárteles y nunca o casi nunca, un mando medio y rarísima vez un alto jefe.
Nos acostumbran poco a poco a la ambigüedad y al aturdimiento en estos terrenos de la nota roja; pongo un ejemplo: hace pocos días se dio la noticia de que en Veracruz murieron seis delincuentes y otros más fueron apresados en un incidente en que intervinieron elementos de la Marina y que da en que pensar.
Según la nota, los marinos mataron a seis enemigos y detuvieron a los demás al repeler una agresión de la que fueron víctimas. ¿Cómo está eso? ¿Qué tan mal armados o tan torpes son los agresores que se dejan matar o aprehender a pesar de que ellos fueron los iniciadores de la trifulca? Cuesta trabajo creerlo y lo peor, es que son frecuentes noticias de este tipo.
El uso extremo de la fuerza por parte del Estado debe preocuparnos; no podemos acostumbrarnos y en casos como el mencionado y otros parecidos, es el Ministerio Público quien debe de investigar y no aceptar a ciegas, lo que se le informa desde las fuerzas armadas que, en el cumplimiento de su encomienda, pueden equivocarse o excederse.
La ciudad de México ha sido a este respecto un oasis de relativa tranquilidad; pero las malas prácticas son contagiosas y la imitación es una constante sociológica; las autoridades de la capital deben estar prevenidas y detener cualquier brote de violencia autoritaria, antes de que se generalicen los ejemplos reprobables.
Hace unos días en un robo a una joyería en pleno centro de la ciudad, murió un delincuente que huía en motocicleta después de cometer, con otros cómplices, el hurto violento. Las notas de los periódicos fueron diferentes unas de otras; en unas hablaron de tres hombres vestidos de traje, en otras de una mujer y un hombre y resulta que el motociclista abatido no estaba vestido de traje y no hay precisión respecto de sí recibió los disparos por la espalda o no.
Tenemos que plantearnos las interrogantes; lo mejor para todos es que la explicación que se dé ante los investigadores del Ministerio Público, pero también antes los medios de comunicación, sea convincente. No hay pena de muerte ni por robar ni por escapar.
Otro caso de otra índole, pero que fue también, según algunas notas de prensa, abuso de la fuerza del gobierno citadino en contra de quienes se oponen a la construcción de la llamada supervía poniente. En el incidente, la versión de la autoridad es que no hubo agresión, la de los vecinos que se manifestaban, entre ellos personas tan conocidas y respetadas como Cristina Barros, afirmaba lo contrario.
El cuidado en la capital debe ser extremo; no sólo evitar la violencia innecesaria o abusiva, sino explicar, aclarar con la verdad y rápidamente. Tenemos una tradición en la ciudad de México, que debe mantenerse; presumimos de ser una urbe de izquierda y progresista y esto, no es nada más una etiqueta o una pose, debe expresarse en actos de gobierno en bien de la gente, en respeto de los derechos humanos y en actuar con sumo cuidado en todos los casos, pero con más razón en los sensibles a la opinión pública.

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