#YoSoy132: otro tiempo vendrá
Luis Hernández Navarro
El movimiento #YoSoy132
es una caldera en la que se funden muchos de los distintos descontentos
sociales que sacuden al país. En el nuevo crisol, caben todos y todos
ganan. Sin perder su independencia y su autonomía, los jóvenes
universitarios han ganado autoridad política y moral. Las organizaciones
silenciadas en la prensa han adquirido visibilidad. Los movimientos
satanizados por los intelectuales mediáticos han recobrado
respetabilidad ante la opinión pública.
Maestros democráticos en defensa de la educación pública, indígenas
en lucha por su autonomía, comunidades rurales que resisten a la
devastación ambiental, jóvenes aspirantes a un lugar para continuar sus
estudios universitarios, campesinos que defienden sus tierras,
trabajadores electricistas que defienden su fuente de trabajo y
enfrentan la privatización de la industria, cineastas que demandan un
espacio para difundir su obra, son algunos de los actores a quienes
#YoSoy132 ha ayudado a romper el cerco político e informativo.El movimiento se ha solidarizado con causas justas, no con ideologías. La lista es enorme. Apoya al sacerdote Alejandro Solalinde en su lucha en favor de los migrantes y su inminente salida del albergue Hermanos en el Camino. Acompaña al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en su Caravana por la Paz hacia Estados Unidos. Incorporó en sus filas a una representación del Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior.
Símbolo de una nueva mentalidad, una ola de creatividad rebelde trastoca al país. La cultura de la nueva revuelta juvenil tiene en la capacidad de sus integrantes para crear nuevas situaciones uno de sus signos distintivos. Una generación dotada de libertad de juicio expresa ahora sus quejas y sus anhelos, simultáneamente en el lenguaje de la injusticia y en el del arte. Los universitarios descontentos han hecho de la poesía, la pintura, la literatura, el grabado, la elaboración de audiovisuales, la música, el teatro y la fotografía parte fundamental de su lenguaje.
La poesía, dice José Emilio Pacheco, es una forma de resistencia frente a la barbarie, y los jóvenes se lo toman en serio. Centenares de ellos rodearon el pasado sábado 11 de agosto las oficinas del Partido Revolucionario Institucional para declamar, del bardo español Ángel González (
un santo por lo civil, según Joaquín Sabina): “Otro tiempo vendrá distinto a éste / Y alguien dirá: / ‘Hablaste mal. Debiste haber contado otras historias’.
La prosa y la poesía de la lucha se encontraron, en Buenavista, con la literatura. Los estudiantes leyeron también, para diferenciarse de Peña Nieto –quien no supo nombrar los tres libros que más lo han impactado en la vida–, Los heraldos negros, de César Vallejo; un fragmento de El oro filantrópico, de Octavio Paz; parte de Las dos orillas, de Carlos Fuentes; algunas fábulas de Augusto Monterroso, y el Manifiesto Zapatista del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Las decenas de carteles elaborados para la campaña gráfica La autonomía es la vida, la sumisión es la muerte o para anunciar sus movilizaciones, dan cuenta de un indudable talento y una extraordinaria capacidad de creación, que pueden ser la envidia de las mejores agencias de publicidad. Ha surgido una ola de fervor y optimismo con respecto a las posibilidades de cambio, y el movimiento le ha dado forma utilizando el lenguaje del arte.
En la construcción de su relato como movimiento, #YoSoy132 está empeñado, también, en mantener viva la llama de la historia. Ante la insatisfacción con el presente, sus integrantes escudriñan en el pasado respuesta a la pregunta ¿qué vamos a ser? Su participación en las jornadas del 133 aniversario del natalicio de Emiliano Zapata fue un acto de afirmación testimonial de su causa; un hacer de la memoria un ejercicio de reflexión y compromiso con el presente.
Desesperanza, descreimiento, desconfianza, desilusión y desvalorización han bloqueado, durante años, la posibilidad de realizar los cambios posibles. Pero los jóvenes universitarios están fundando un nuevo optimismo en el campo popular. Su efervescencia es contagiosa. Su valor y su osadía ejemplares. Provocando la indignación de los especialistas en la injuria y los nuevos cínicos, han demostrado que tiene sentido oponerse a lo inaceptable y decirlo.
Presentimiento de una nueva época en las luchas sociales, el movimiento no es producto de una hora efímera. Para sus integrantes, terminó el tiempo del silencio, es hora de hablar. Sus sueños son irrenunciables. Con ellos, como dice el poema de Ángel González, otro tiempo vendrá.
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