viernes, 31 de agosto de 2012

México. Justicia y perdón.

Justicia y perdón
José Cueli
El presidente Felipe Calderón afirmó que fue negligencia o complicidad de federales el ataque a estadunidenses. Ante el embajador de Estados Unidos, Anthony Wayne, “lamento profundamente la agresión sufrida por diplomáticos a manos de policías federales –el pasado viernes en el estado de Morelos–” y se comprometió a realizar una investigación a fondo y con todo rigor.
Quiero manifestarle, embajador, que lamento profundamente los sucesos de hace unos días en el estado de Morelos. Como ustedes saben, se está investigando a fondo, con todo rigor y severidad, por la Procuraduría General de la República (PGR) para deslindar responsabilidades y actuar en consecuencia, dijo, en lo que fue su primera referencia a los hechos en que se vieron involucrados 12 elementos de la Policía Federal, actualmente arraigados. En la inauguración del foro nacional Sumemos causas, ciudadanos+policías, el mandatario insistió en que agresiones como la del viernes pasado son inadmisibles, ya sea por negligencia, incapacidad, falta de confiabilidad o por complicidad de los elementos policíacos” (La Jornada 29/8/2012).
Con relación a esta conferencia del presidente Felipe Calderón al presentarle disculpas al embajador de Estados Unidos de Norteamérica, vale la pena reflexionar sobre el pensamiento del filósofo francés Jacques Derrida el École des hautes, études en sciences sociales, en que estudiaba los temas de la Justicia y el Perdón.
En entrevista con Michel Wieviorka, traducida por Mirta Segoviano, Jacques Derrida en El siglo y el perdón seguida de Fe y saber. Primera edición, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2003, pp. 7-39. Edición digital de Derrida en castellano. Aborda el concepto mismo de perdón, la lógica y el sentido común que concuerdan por una vez con la paradoja: “es preciso, me parece, partir del hecho de que, sí, existe lo imperdonable. ¿No es en verdad lo único que invoca el perdón? Si sólo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, lo que la Iglesia llama el pecado venial, entonces la idea misma de perdón se desvanecería. Si hay algo a perdonar, sería lo que en lenguaje religioso se llama el pecado mortal, lo peor, el crimen o del daño. De allí la aporía que se puede describir en su formalidad seca e implacable, sin piedad: el perdón perdona sólo lo imperdonable. No se puede o no se debería perdonar, no hay perdón, si lo hay, más que ahí donde existe lo imperdonable. Vale decir que el perdón debe presentarse como lo imposible mismo. Sólo puede ser posible si es im-posible. Porque, en este siglo, crímenes monstruosos (imperdonables, por ende) no sólo han sido cometidos –lo que en sí mismo no es quizás tan nuevo–, sino que se han vuelto visibles, conocidos, recordados, nombrados, archivados por una conciencia universal mejor informada que nunca, porque esos crímenes a la vez crueles y masivos parecen escapar o porque se ha buscado hacerlos escapar, en su exceso mismo, de la medida de toda justicia humana, y la invocación al perdón se vio por esto (¡por lo imperdonable mismo, entonces!) reactivada, re-movida, acelerada”.
Pero para que el mal surja, el mal radical y quizá peor aún, el mal imperdonable, el único que hace surgir la cuestión del perdón, es preciso que, en lo más íntimo de esta intimidad, un odio absoluto venga a interrumpir la paz. Esta hostilidad destructora sólo puede dirigirse a lo que Lévinas llama el rostro del otro, el otro semejante, el prójimo más próximo, entre el bosnio y el servio, por ejemplo, dentro del mismo barrio, de la misma casa, a veces de la misma familia. ¿El perdón debe entonces tapar el agujero? ¿O bien dar lugar a otra paz, sin olvido, sin amnistía, fusión o confusión? Por supuesto, nadie se atrevería decentemente a objetar el imperativo de la reconciliación. Es mejor poner fin a los crímenes y a las discordias. Pero, una vez más, creo que hay que distinguir entre el perdón y el proceso de reconciliación, esta reconstitución de una salud o de una normalidad, por necesarias y deseables que puedan parecer a través de las amnesias, el trabajo de duelo, etcétera. Un perdón finalizado no es un perdón, es sólo una estrategia política o una economía sicoterapéutica.

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