La Tierra invade Marte
Si todo sale bien, la sofisticada nave de la NASA ‘Curiosity’ se posará este lunes en la superficie del planeta rojo para explorar si ha albergado vida
Durante más de veinte minutos,
científicos e ingenieros de la NASA contendrán mañana el aliento
mientras la nave más sofisticada jamás enviada a Marte, bautizada como Curiosity,
intentará posarse en el planeta rojo. Ocurrirá hacia las siete y media
de la mañana, hora española, si todo sale como está previsto.
La nave, un platillo volante de
casi una tonelada, entrará en contacto con la alta atmósfera marciana
como un bólido a 5.800 metros por segundo, brillando como un demonio
enfurecido al rojo vivo. Unos cuantos cohetes se encenderán para frenar
un poco la caída. Luego, el artefacto desplegará un enorme paracaídas
supersónico y mientras cae se deshará de su parte inferior, la loseta de
protección térmica. En ese momento, el artefacto encenderá un radar que
explorará el suelo, realizando los ajustes necesarios en su cerebro
electrónico en un tiempo cronometrado al milímetro. El paracaídas
frenará su descenso, pero no del todo. Una vez desprendido, la nave
seguirá su bajada a más de 300 kilómetros por hora. Los retrocohetes
tratarán de evitar el desastre. A solo veinte metros del suelo, la nave
soltará un robot con ruedas, al que permanecerá unido mediante cables.
Como una araña metálica que sujeta su delicada presa con hilos de seda,
el artefacto dejará que las ruedas del rover toquen con suavidad el suelo, y luego se alejará.
Este descenso durará siete minutos críticos,
que los expertos han calificado como de puro terror. Tendrán que
esperar otros catorce para saber si ha tenido éxito. El retardo en las
comunicaciones con Marte añade aún más suspense. “Es el mayor desafío
al que nos hemos enfrentado. Jamás lo habíamos intentado en Marte”,
indicó el ingeniero Miguel San Martín en un vídeo del Laboratorio de
Propulsión a Chorro de Pasadena (JPL en inglés). Durante esa angustiosa
caída se encenderán decenas de artefactos pirotécnicos. Un solo fallo, y
el rover se habrá hecho pedazos contra el suelo. Es
comprensible el nerviosismo que atenazará mañana la garganta de más de
uno. Cualquier contratiempo en esta fase tan delicada puede desparramar
sobre el barro marciano más de 2.500 millones de dólares de sofisticada
tecnología, haciéndola puré. Pero si todo sale bien, la NASA habrá
colocado con éxito un robot de seis ruedas, del tamaño de un utilitario,
en el fondo de un cráter de seis kilómetros de tamaño. Cuando sus
cámaras se activen, recogerán en sus retinas electrónicas un mundo frío y
seco. Y empezará la aventura.
¿Qué es exactamente Marte?
Piense en un planeta seco hasta los huesos, un poco más de la mitad de
tamaño que la Tierra. Un mundo más pequeño, pero grandioso. Allí hace un
frío mortal. Temperaturas de hasta noventa grados bajo cero se conjugan
con una atmósfera enrarecida, sin oxígeno y, por supuesto, sin agua
líquida. Marte es como un desierto, helado hasta el tuétano. Pero al
mismo tiempo, el paisaje que se abre ante sus ojos es sencillamente
inigualable. En su parte más occidental, las tierras ocres rinden
homenaje a los volcanes, y el Olimpo, el mayor de todo el Sistema Solar,
está rodeado por nubes de partículas de hielo y eleva sus paredes de
lava hasta la estratosfera, a más de 22 kilómetros de altura, gracias al
milagro de la baja gravedad de Marte. Tiene que ser un espectáculo
contemplar cómo esos inmensos farallones de lava de millones de años
reflejan la luz de un sol empequeñecido.
El Laberinto de la Noche (Noctis Labyrinthus)
es un enjambre de valles secos colmados por centenares de hondonadas y
barrancos colosales, en cuyo fondo se proyectan sombras sobre las que se
distinguen brumosos jirones de dióxido de carbono helado a más de cien
grados bajo cero. Forma parte del Valles Marineris, un gigantesco cañón
que recorre miles de kilómetros como una herida abierta, con gargantas
de hasta siete kilómetros de profundidad. En comparación, el Cañón del
Colorado es un auténtico enano.
Marte es extraño también si se
echa un vistazo a su mapa global. Lejos han quedado los tiempos en los
que el astrónomo italiano Giovani Schiaparelli creyó ver canales allí,
el fruto de una civilización inteligente. Lo cierto es que la mayor
parte de su hemisferio sur está agujereado por cráteres de impactos
colosales, hecho de una tierra rugosa y accidentada, de una forma que
nos recuerda a la Luna. Sin embargo, en su hemisferio norte la
superficie es lisa, tan extraordinaria que es muy fácil imaginarla como
el lecho ahora seco de un océano. Los expertos especulan que hace quizá
muchos millones de años, el hemisferio norte de Marte estuvo sepultado
bajo un mar de noventa metros de profundidad, lo que habría borrado los
impactos de los meteoritos. La Curiosity (bautizada también como Mars Science Laboratory o MSL) aterrizará precisamente en un lugar relativamente cercano a esa costa marina, el cráter Gale, en la frontera entre las tierras lisas del norte y el rugoso sur.
Es un sitio intrigante. Aunque
en medio del cráter se alza una montaña de cinco kilómetros, el anillo
que la rodea no es sino una depresión tan profunda que el agua “debió de
haber formado aquí lagos”, en palabras de John Grotzinger, el
científico principal de la misión, en una animación realizada por la
NASA. El lugar está formado por capas de sedimentos presumiblemente
depositados por el agua. Si los expertos tienen éxito, conducirán el rover
mediante control remoto a través de un terreno de capas que, en
palabras de Grotzinger, serían como los capítulos de un libro
desconocido sobre la geología marciana. “Si comienzas por la parte baja
de la montaña, lo haces sobre los sedimentos más antiguos, mientras que
las capas que están en la cima serían los capítulos más jóvenes”. El rover
entrará posteriormente en un cañón plagado de rocas que se formaron
presumiblemente por la acción del agua y las someterá a su análisis.
Será una conducción lenta. El artefacto tardará bastantes semanas, puede
que meses, en llegar hasta aquí. La misión podría durar dos años. Si
hay suerte y conserva energías suficientes, la Curiosity podría explorar un terreno aún más rugoso y extraño que se abre después de ese cañón.
Imagínelo como un laboratorio
con ruedas: el equivalente a mandar allí un geólogo humano, solo que
armado con un instrumental formidable. Este geólogo muestra un aspecto
mucho más marciano: posee diecisiete ojos, dos cerebros y un
cuello muy largo. Contemplará el mundo desde una altura superior a los
dos metros. Con su mirada láser será capaz de vaporizar una minúscula
muestra de roca a siete metros de distancia, determinar si se trata de
una roca volcánica o sedimentaria, y analizar de qué está hecha. En sus
tripas, el explorador llevará una decena de instrumentos científicos.
Espectrógrafos para determinar los tipos de minerales, instrumentos de
difracción de rayos X, aparatos para identificar residuos orgánicos.
Lleva una estación ambiental diseñada por científicos españoles del
Centro de Astrobiología del INTA para medir la temperatura del aire,
suelo, presión y humedad, y radiación ultravioleta. Extenderá un brazo
robótico hasta 1,7 metros, con una mano provista de un taladro,
un cepillo, bandejas para muestras, y una cámara de alta resolución
para fotografiar lo que encuentre entre dos centímetros y el infinito.
Ciertamente, la Curiosity no habría desentonado en un filme como La guerra de los mundos,
de Byron Haskin, donde las portentosas naves marcianas se alzan en el
aire para escupir rayos abrasadores sobre los humanos. En este caso, los
invasores somos nosotros.
A pesar de todas esas fabulosas
capacidades, el artefacto no podrá decirnos si hay vida o no en Marte.
Si tiene éxito, los científicos podrán deshojar la geología con más
precisión y afirmar que el planeta tuvo las condiciones para albergar
vida en el pasado (o quizá no). Lo que no es poco. Desde los años
cincuenta, el cine de ciencia ficción nos ha regalado invasiones de
alienígenas hostiles, pero en los últimos 35 años les hemos devuelto la
jugada. De acuerdo con la Sociedad Planetaria, Marte es el mundo más invadido
por los seres humanos después de la Luna. Pero no es un mundo amigable.
La mitad de los intentos para conquistarlo –unos cuarenta– han
fracasado. Si mañana la Curiosity tiene éxito, se unirá a un grupo selecto aunque reducido de sondas robot que están escudriñando este extraño mundo.
La lista es corta, pero fascinante. La Mars Reconnaisance Orbiter de la NASA se encuentra en órbita desde 2006, fotografiando el planeta con sus cámaras y espectrómetros; el rover Opportunity, que aterrizó en 2004, se encuentra ahora explorando un cráter de 22 kilómetros (su hermano gemelo, Spirit, se quedó atascado en el fango y agotó sus baterías hace poco más de dos años, se le da por muerto); la Mars Express,
de la Agencia Espacial Europea, llegó en 2003 y está proporcionando las
visiones más fabulosas del paisaje marciano en tres dimensiones, pero
el robot que transportaba, el Beagle 2, se estrelló en su intento de amartizaje; la Mars Oddisey,
de la NASA, llegó en 2001, un mes después de los atentados del 11 de
septiembre. Ha detectado depósitos masivos de agua helada bajo los polos
marcianos.
Marte también está lleno de
cadáveres metálicos y tiene una historia de fracasos sonados. Rusia ha
lanzado hacia allí un total de 17 sondas, pero ninguna ha tenido éxito.
No ha podido superar una especie de maldición (en contraste con la
fiabilidad de sus cohetes rusos para transportar personas). El fiasco
más reciente fue el Phobos-Soil, que se lanzó el pasado enero,
pero que no pudo colocarse en la órbita adecuada y cayó al océano
Pacífico (llevaba en su interior una sonda china, la Yinghuo-1). Estados Unidos tiene el monopolio de victorias, y algunas derrotas especialmente dolorosas. La Mars Polar Lander, que debía dejar dos sondas, se perdió poco después de llegar a Marte en Navidades de 1999 por un fallo de software; el Mars Climate Orbiter
tuvo el mismo destino en septiembre de 1999 por un error de la NASA al
enviar datos a la nave en el sistema anglosajón, ¡cuando esta los
calculaba en el sistema decimal!; el Mars Observer desapareció tres días antes de llegar a Marte en 1993… Por su parte, la sonda japonesa Nozomi
no llegó más que a aproximarse a 1.000 kilómetros de Marte y ahora está
orbitando el Sol como chatarra espacial. Europa ha logrado un éxito
importantísimo con la Mars Express. “Sigue su camino, y
cumplirá diez años el año que viene, sus instrumentos aún funcionan, es
algo que nunca imaginamos”, dice el español Agustín Chicarro, científico
principal de Marte de la Agencia Espacial Europea.
Lo más extraordinario de todo
no es el número de fracasos –la exploración espacial es un asunto
difícil–, sino el hecho de que de todas las misiones que han alcanzado
el planeta solamente dos fueron pensadas para detectar directamente vida
en el rojizo y helado suelo marciano. Las naves gemelas Viking 1 y 2
llegaron allí hace ahora 36 veranos, en 1976. Fueron las primeras en
posarse sobre el planeta rojo. Gilbert Levin, el científico responsable
de uno de los experimentos –bautizado como el experimento de liberación marcada o LR –, no duda ahora de su éxito. “Encontraron vida”, afirma Levin al otro lado del teléfono a El País Semanal. El mundo científico entonces no lo creyó así. Pero existe una posibilidad de que la Curiosity, que no lleva ningún experimento directo para hallar vida, le dé la razón.
Las Viking aterrizaron en dos
puntos separados más de 6.400 kilómetros. Tomaron muestras del suelo
marciano y depositaron sobre ellas una solución de nutrientes marcados
con carbono-14, un isótopo radiactivo. De existir microorganismos, estos
metabolizarían la comida, exhalando dióxido de carbono radiactivo como
consecuencia de su digestión. Los instrumentos detectaron la presencia
de este gas radiactivo en todos los casos. Para descartar que el
fenómeno no se debiera a un proceso biológico, se calentaron muestras
hasta 160 grados centígrados, y se repitió el proceso. El suelo no
producía gas, presumiblemente porque los microorganismos habrían muerto
por el calor.
A pesar de estos resultados, la
NASA descartó la posibilidad de vida debido a que otros aparatos fueron
incapaces de detectar materia orgánica. El chasco fue monumental. “Los
resultados del experimento LR fueron rechazados”, cuenta Levin, quien
aceptó en principio la decisión de la NASA por prudencia. Hasta que en
1997, y tras numerosas investigaciones, cambió de parecer. Por una
parte, explica, el cromatógrafo de la clase que llevaba la Viking para
encontrar materia orgánica empezó a fallar en numerosas pruebas
realizadas aquí, en la Tierra. A veces era incapaz de detectar restos
orgánicos en muestras de suelo repletas de bacterias. Sin embargo, eso
no ha sucedido con el experimento LR, el cual ha pasado elegantemente
todas las pruebas. “Ningún otro ha logrado duplicar los resultados
positivos del LR, salvo con microorganismos vivos. Lo hemos ensayado
miles de veces, antes de la misión de las Viking y después, y en ninguna
ocasión obtuvimos un fallo positivo o negativo. Si los microorganismos
estaban ahí, el LR los encontró”. Levin no lo duda. Su técnica funciona
tanto en Marte como en nuestro planeta. De haberse realizado en 1976 en
la Tierra, “nadie nos habría disputado el hecho de que habríamos
encontrado vida”.
Desde entonces, este experto,
que trabaja en el Centro Beyond de la Universidad de Arizona junto con
destacadas figuras científicas, como Paul Davies o Lawrence Krauss, está
convencido de que si la Curiosity no se estrella mañana –le da un 50% de posibilidades de éxito–, el rover
apoyará sus conclusiones. “Lleva un sistema mucho más sensible para
rastrear materia orgánica. Tiene un láser que vaporizará una muestra de
roca, y otros láseres realizarán análisis espectrográficos. Ellos [en
referencia a los responsables de la misión] tienen una oportunidad
excelente para encontrar materia orgánica. Estoy seguro de que la
detectarán en cantidades suficientes como para justificar los
microorganismos que nosotros encontramos en 1976”.
A Levin no le importa sentirse
casi como un hereje, en contra del consenso científico. Eso le carga de
polémica. “La tectónica de placas tardó más de cuarenta años en
admitirse”, dice. Su elegante experimento de nutrientes marcados dio
entonces mucho que hablar, pero la atención del mundo se desvió hacia
otros aspectos más mundanos al certificar la ciencia que Marte era
oficialmente un planeta baldío. Por entonces, los científicos
interesados en estudiar la vida en otros planetas –los exobiólogos en
suma– no eran legión. Fueron apartados de golpe. Sin embargo, esta
historia ha cambiado gradualmente. El descubrimiento de que muchos
microorganismos son capaces de soportar ambientes terribles –hay
bacterias capaces de vivir en el interior de los reactores nucleares,
resistiendo dosis letales de radiación, o bajo el hielo antártico– ha
convencido a la NASA de que Marte tiene un pasado –y quizá un futuro–
para la vida. Es un mundo muy rico en hierro, aunque en estado de chatarra.
Y el hierro, según han puesto de manifiesto las investigaciones del
científico español Ricardo Amils y su equipo en Minas de Riotinto
(Huelva), es también una fuente de energía para determinados
microorganismos capaces de vivir en ambientes totalmente desprovistos de
oxígeno. La exobiología se llama ahora astrobiología. “Marte es el
planeta más fascinante de nuestro Sistema Solar, aparte de la Tierra,
precisamente porque tiene las mejores probabilidades de haber albergado
vida en el pasado”, recalca en un correo electrónico el excelente
planetólogo James Kasting, de la Universidad de Pensilvania en Estados
Unidos. “Esa es la razón del interés de la NASA”.
La mayoría de los expertos
creen que la vida en la superficie marciana es muy improbable. El
planeta está oxidado, bañado por dosis letales de rayos ultravioleta, no
hay agua líquida precisamente por lo enrarecido que está el aire
marciano (la presión atmosférica allí es cien veces inferior a la de la
Tierra). Argumentan que es preciso excavar quizá decenas de metros en el
suelo marciano para tener alguna posibilidad razonable de encontrar
vestigios fósiles, y quizá –solo quizá– alguna forma viva. Pero esa
tecnología queda lejos. Marte se nos escapa. Disponemos de sensores
capaces de detectar moléculas y un asombroso poder de computación, pero
la presumible vida marciana se escurre entre los dedos. La evolución
tecnológica acontecida en las tres últimas décadas no nos ha permitido
responder a los interrogantes que dejaron las Viking. ¿Por qué no
repetir los experimentos de detección directa usando una tecnología
mucho más sofisticada? ¿Por qué no ir al grano?
“Es la pregunta clave”,
responde Levin. Y suelta la bomba. “Se la he formulado a los oficiales
de la NASA muchas veces. Y la única respuesta que me han dado fue: “Nos
quemamos los dedos con las Viking, ya que tus experimentos nos
proporcionaron una respuesta ambigua. Y nos tememos que si vamos con
otro experimento de detección de vida, podríamos obtener otra respuesta
ambigua, y eso ocasionaría un gran daño a nuestro programa”. Para Levin,
la actitud de la agencia espacial es contraria a la ciencia. Es mucho
más política que científica. Es como si la NASA no quisiera pillarse los
dedos otra vez, escarmentada con el patinazo del famoso meteorito
marciano ALH84001, presentado por el presidente Clinton como una
evidencia de vida alienígena que no fue ratificada después. Las Viking,
insiste Levin, dejaron un capítulo abierto a seguir.“Tienes que
duplicar los experimentos para expandir la base del conocimiento. Pero
ellos nunca lo han hecho”.
La NASA espera traer algún día
muestras de roca y suelo marciano a la Tierra para zanjar la cuestión,
pero Levin se muestra muy crítico; como un auténtico outsider,
al que le dan la razón al menos un puñado de astrobiólogos, afirma: “Si
hay microorganismos marcianos, sería muy imprudente traerlos aquí. No
sabemos si serán peligrosos. Demostramos que si encerrábamos suelo
marciano en una caja durante dos meses, su actividad se esfumaba. Traer
una muestra a la Tierra requiere al menos nueve meses de viaje. No
sabemos qué temperatura o pH tendríamos que mantener. Lo más probable es
que los microorganismos llegasen ya muertos, por lo que no sabríamos si
hay o no vida en Marte”.
A pesar de todo, la Curiosity
podría desvelar un misterio que no se encuentra en la superficie, sino
sobre ella. En una novela policiaca, este enigma podría llamarse el caso del metano misterioso. El gas ha sido detectado por la Mars Express.
Los volcanes producen metano, pero en Marte todos están apagados. ¿De
dónde diablos procede este metano? Los cálculos sugieren que en Marte,
el metano atmosférico no podría durar mucho: se oxidaría a los
trescientos años. Las mediciones indican que la cantidad de este metano
varía con las estaciones marcianas y con la latitud, así que debe de
existir una fuente que está reemplazando el metano que se pierde. En la
Tierra, las bacterias producen grandes cantidades de este gas. James
Kasting está muy interesado en el problema. La Curiosity tiene un cromatógrafo de gases “capaz de medir el metano a niveles muy bajos”, explica. “Y eso podría
tener implicaciones en el caso de que Marte tuviera algún tipo de
vida subterránea”. Pero Kasting se muestra muy cauto al respecto. La
posibilidad existe, pero también es factible explicar la presencia de
este gas sin acudir a la presencia de la vida.
Para Agustín Chicarro, la Curiosity
no va a cerrar la cuestión de la vida en Marte. El misterio seguirá, ya
que hay posibilidades de que “exista agua líquida bajo la superficie.
Hasta que no vayan probablemente seres humanos allí, tal vez sea difícil
determinar si la vida en Marte existió o se refugió en lugares
concretos”. Lo cierto es que este mundo no ha perdido ni un ápice de
magnetismo. Conserva intacta la capacidad de sorprendernos ocultando un
poco más sus secretos.Para Agustín Chicarro, la Curiosity no va
a cerrar la cuestión de la vida en Marte. El misterio seguirá, ya que
hay posibilidades de que “exista agua líquida bajo la superficie. Hasta
que no vayan probablemente seres humanos allí, tal vez sea difícil
determinar si la vida en Marte existió o se refugió en lugares
concretos”. Lo cierto es que este mundo no ha perdido ni un ápice de
magnetismo. Conserva intacta la capacidad de sorprendernos ocultando un
poco más sus secretos.
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