sábado, 25 de agosto de 2012

La artillería cuenta la historia de Siria.

El fuego de artillería cuenta la verdadera historia siria
Robert Fisk
Toda la noche y todo el día se han escuchado los disparos en Kassioun, en Dayara y en Kfar Souseh, en Qadam y Nahr Aisha, la prueba de que los enemigos de Bashar Assad han vuelto a entrar a los suburbios de Damasco luego de que el gobierno recuperó el control de la capital el mes pasado.
El largo bulevar hacia Kfar Souseh estaba desierto. En dicho barrio existen flamantes apartamentos de clase media junto a viejos barrios pobres donde aún hay casas de madera otomanas de 150 años, y cuyos estrechos callejones son hoy el parque de juegos de opositores sirios. Sólo los costales de arena recién pintados de blanco, colocados por soldados y milicianos que controlan la salida a la carretera, son muestra de que la los combates han regresado a Damasco.
La artillería apostada en las montañas que se yerguen sobre la ciudad ha estado disparando sobre Deraya, los soldados del gobierno patrullan los callejones de Kfar Souseh sin mucho éxito. Los combatientes armados que atormentan al ejército parecen llevar a cabo su táctica usual: huir para luchar otro día. Los periódicos continúan alardeando las victorias del ejército, pero el fuego de artillería que retumba por la ciudad cuenta una historia distinta: que la guerra no ha terminado y la seguridad que prometió el gobierno no se ha restablecido.
Dado que los ataques de la fuerza aérea siria son lanzados mayoritariamente en el norte del país, la advertencia de que Francia podría establecer una zona de exclusion aérea tiene poco efecto en Damasco. En la última batalla por la capital de la que se ufanó la oposición, triunfaron, definitivamente, las fuerzas del gobierno, en julio pasado: la gastada estrategia de irrumpir en la ciudad –un signo de la ingenuidad del Ejército Libre Sirio– ha sido sustituida por los ataques con francotiradores que disparan y se retiran, y con los que ya se logró dominar Alepo. En un escenario así, los tanques son inservibles y el sonido del fuego de artillería es el ruido de la impotencia.
En la guerra siempre hay una etapa en que la retórica ya no refleja la realidad. En Alepo, donde el gobierno dice estar ganando, los combates continúan. En Damasco, que el gobierno cree tener bajo control, los francotiradores entran en acción en cuanto llegan a uno de los límites de la ciudad.
Nunca creí ver a Siria en tan malas condiciones, me dijo un amigo, un creyente cristiano sirio. Hemos tenido esta especie de fórmula mágica en Siria, para conservar el equilibrio entre las minorías. Para conservar este equilibrio hay que hacer explotar a Siria, aseguró.
Este no es un punto de vista exclusivo de la capital. Pasamos por la mezquita de Derwisha, sí, el hogar de la orden mendicante y ascética de los derviches danzantes. Apenas al dar vuelta a la derecha hay una iglesia, y más adelante restaurantes con precios para clase media, llenos de cristianos y musulmanes. Esta clientela, sin embargo, es prueba de que el conflicto sectario en el campo no ha llegado a Damasco ni a Alepo.
A veces creo ver esas diferencias, que aún son del tamaño de un embrión. Me viene a la mente el recuerdo de la guerra de los Balcanes, o las veces que mis amigos han comentado sobre la determinación con que los sunitas destruirán a los alawitas si Assad llega a ser derrocado. Estos síntomas no han surgido aún en las grandes ciudades.
La costera Tartus es considerada la ciudad más segura de Siria mientras Idlib es la menos segura al igual que Homs. Estas son las realidades con que viven los sirios a diario, no las advertencias de Occidente.
En el café en que almorcé este viernes, un imán ruso que venía de visita expuso a sus anfitriones del gobierno los beneficios que aporta el Islam a una sociedad laica, ¿qué otra cosa iba a hacer? Mientras, mi amigo trataba de explicar por qué Assad no puede ser derrocado: Tres millones de alawitas serían asesinados, junto con los cristianos y otras minorías, sería un baño de sangre, señaló. He escuchado esto antes, claro, junto con los elogios acostumbrados al sistema de salud y educación en Siria.
Conducir por el circuito que rodea Damasco muestra cómo la guerra ha tocado la ciudad. Dos ministerios de seguridad que fueron atacados por rebeldes con coches bomba, el mes pasado, están rodeados con alambre de púas y hombres armados. Las estaciones de policía de la capital están comprando paredes de concreto prefabricado de más de cuatro metros de altura, que son ya tan comunes en Bagdad.
El coche bomba es un arma de guerra, al igual que el avión bombardero, el francotirador y el tanque T-72. ¿Cómo se puede ganar?

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