jueves, 28 de junio de 2012

Solitario final de Cristiano.

Solitario final de Cristiano

La estrella portuguesa se despide del torneo sin posibilidad de lanzar el último penalti y sin tirar entre los tres palos en el duelo


Cristiano se lamenta tras caer ante España. / Alejandro ruesga

Cristiano Ronaldo llevó una vida solitaria en el campo de Donbass. Comenzando por el calentamiento, que dedicó a ejercicios particulares. Fueron notables sus driblings a rivales imaginarios y sus carreras en zigzag entre líneas invisibles mientras practicaba su dominio del balón. También ejercitó sus lanzamientos de falta directa desde 30 y 40 metros, que siempre mandó a la grada, en donde los espectadores más desavisados corrieron el riesgo de sufrir algún traumatismo. Durante el partido desempeñó funciones que le alejaron de los espacios reducidos. El hombre precisa de las grandes praderas para sentirse más seguro. Si sus compañeros presionan a España en la derecha, él se mueve a la banda izquierda. Si recuperan atrás, él se desplaza a la punta. Si el lateral izquierdo, ayer Coentrão, avanza por su banda, él corre pegado a la raya. Huyó de los amontonamientos porque supo que allí le buscarían sus asistentes, casi siempre en largo. Casi siempre Pepe, Coentrão, o Moutinho.
Las trayectorias centrífugas caracterizaron el partido de Cristiano. Entre resoplidos y gestos de profundo ensimismamiento, el hombre se movió hacia la periferia porque allí las intervenciones, para los delanteros hábiles y rápidos como él, suelen ser decisivas. Sobre todo ante equipos como España, que buscan al adversario en campo contrario y dejan el terreno propio casi deshabitado. El capitán de Portugal se permitió estas maniobras en la medida en que dispone de un equipo que juega para él mientras permanece ausente. Apareció poco, pero cada vez que lo hizo armó revuelo y corresponde atribuirle la casi totalidad de las faltas que hicieron los españoles. Ramos recibió la amarilla cuando le puso el pecho para frenarle en una carrera que inició Cristiano tras robarle la pelota a Busquets. El mediocentro del Barça se ocupó de cortar sus carreras en el medio campo y en los córners le hizo marca personal. En la banda izquierda portuguesa se encontró con Arbeloa, que procuró encimarle para que no se girase, cada vez que recibió la pelota. “¡Eeeeeeh!”, le gritó Cristiano al árbitro, después de que Arbeloa le rascase los tobillos por cuarta vez. Cristiano supo ser un extremo temible en sus escasas incursiones por los costados, incluso centrando con la zurda. Se fue una vez de Piqué, alcanzó la línea de fondo, y su centro estuvo a punto de interceptarlo Nani en el primer palo, pero se anticipó Casillas.
Uno de los momentos de mayor ruido de la noche se desencadenó tras una falta de Arbeloa a Cristiano en la frontal del área. El ritual preparativo del lanzamiento suscitó gran controversia en la multitud. La mayoría, ucranios incluidos, pitaron. Los portugueses cantaron un himno de tres notas: “¡Pur-tu-gal!”. El tiro de Cristiano se fue alto. Un metro. Exactamente igual de alto que las otras dos faltas que lanzó, pitadas después de sucesivas faltas de Arbeloa.
Se cumplió el minuto 120 sin que el delantero tirase entre los tres palos de Casillas
Se cumplió el minuto 120 sin que Cristiano tirase entre los tres palos. Solo contabilizó tres tiros de falta, un remate desde fuera del área que se marchó desviado, y un remate de zurda en un contragolpe. Tras una falta en contra, Nani, Cristiano y Meireles sorprendieron a la defensa en un tres para tres. Cuando Meireles dejó solo a Cristiano el estadio se alborotó pendiente de su cuarto gol en el torneo. El remate habría clasificado a Portugal. Pero lo falló, alto de nuevo, sea porque no pudo acomodarse para pegarle con la derecha, sea porque Piqué le obligó a precipitarse.
Cristiano se pasó el alargue solo, como siempre, y levantando la mano, pidiendo la pelota. Nadie se la dio porque Portugal no la tuvo. Y así acabó su Eurocopa. En la tanda de penaltis. Esperando lanzar el quinto. El que nunca llegó. Se quedó murmurando entre dientes “¡qué injusticia, qué injusticia!”. Cuando le preguntaron luego quién decidió que fuera el último lanzador portugués respondió: “La decisión ha sido del entrenador, del grupo, de todos”.

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