martes, 24 de abril de 2012

Cocina y política en Francia.

Cocina y política francesas


Vilma Fuentes

La política en Francia es como su gastronomía. La carne de res, frita o al horno, debe quedar casi cruda para que arroje su sangre, parte esencial de la salsa, con mantequillas, cremas, pimienta y otros ingredientes.



Otras carnes se marinan en vino durante horas. Los pescados merecen también sus salsas, cuyo preparativo exige su tiempo. Y, ante todo, el arte de los chefs. ¿Cabe recordar que en los restaurantes con estrellas hay un chef salsero? Atención, no confundir con un músico de salsa. Pero si se exige del pescado la frescura, la carne, sobre todo la de caza, debe ser manida.



No se hable de los quesos que se aprecian cuando huelen fuerte. La variedad de quesos es tal que Charles de Gaulle preguntaba: “¿Cómo gobernar un país que tiene doscientos y pico de quesos diferentes?” El individualismo de los franceses es uno de los rasgos atávicos de su carácter.



¡Y los vinos! Su calidad añeja es esencial. Como la de sus gobernantes. François Mitterrand y Jacques Chirac no fueron elegidos sino la tercera vez que se presentaron a la candidatura presidencial. Cierto: Valéry Giscard d’Estaing y Nicolas Sarkozy alcanzaron al primer intento la presidencia. Esto no dio suerte a Giscard, quien no pudo relegirse. Y a Sarkozy no parece sonreírle entre las dos vueltas.



Es la primera vez que un presidente saliente no obtiene la mayoría en el primer turno. Acaso este rechazo de los electores se debe a que Giscard y Sarkozy no son precisamente gastrónomos, calidad que los franceses juzgan esencial para confiar en sus dirigentes.



Giscard sólo apreciaba los huevos tibios. Sarkozy no bebe vino y no se le conoce inclinación por la cocina francesa. Dícese que Mitterrand, muy enfermo, no pudiendo ingerir las deliciosas salsas de los platos franceses, sabía escamotear los alimentos bajo el mantel cuando se hallaba frente a las cámaras.



Cierto, el candidato de izquierda, François Hollande, decidió adelgazar para presentarse a la candidatura. Misma decisión que mostró sus calidades de gourmet que aprecia el arte culinario como bon vivant en quien se puede confiar.

No hablemos de las combinaciones políticas que se dan entre los dos turnos: los dos triunfadores del primero deben recuperar los votos de los perdedores, sobre todo de los que ganaron el más alto porcentaje después de ellos. Aquí, como en las salsas, los ingredientes deben agregarse bien dosificados. Ni más, ni menos.



Sarkozy sueña obtener los votos del centro y de la extrema derecha. Hollande parece seguro de ver votar por él al Frente de Izquierda y a los ecologistas. ¿Cómo podrá seducir Sarkozy, una persona que apenas come y no bebe, a los centristas de Bayrou, quien saborea la comida regional: vinos, foie-gras, patos en su grasa y otras delicias culinarias? ¿Y ganarse al mismo tiempo a la extrema derecha de Marine Le Pen, cuyos resultados en el primer turno cayeron como botes de pimienta, mostaza y otros condimentos en el platillo electoral? En cuanto a Hollande, deberá ingerir las salchichas y las papas fritas en litros de aceite de la izquierda de Melanchon y satisfacerse con los platos vegetarianos de los ecologistas de Eva Joly.



Frente a la inclinación por la cocina tradicional de Hollande, Sarkozy parece un aficionado de la nouvelle cuisine y a sus platos tan amplios como vacíos, pues, para hacer olvidar su balance (frente a privilegios a grandes fortunas, aumento de desempleo, inseguridad, costos e impuestos que no permiten sino comer la fast food de plástico a la mayoría) se presenta como el nouveau Sarkozy, olvidando incluso sus acuerdos con Merkel y la finanza.



La cuestión parece frívola, quizás no lo es. El respeto por las tradiciones de un pueblo y el conocimiento de su lengua son indispensables a quien pretende la presidencia. Los electores pueden sentirse perdidos ante los programas económicos. No se equivocan nunca sobre estos detalles que parecen superficiales: la manera de expresarse, de comer. En Francia, la elocuencia y la cocina juegan un papel mayor en la política.



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