sábado, 31 de marzo de 2012

Allí no más, al otro lado.

Allí no más, al otro lado
Sergio Ramírez
Estuve en San Salvador hace unos días por razones de mi oficio literario, pero con los muchos amigos con quienes me encontré, fue imposible dejar de hablar de la situación política, todo un hervidero de opiniones en un ambiente y un tono muy centroamericano. Cada quien conoce la verdadera versión, sabe los secretos mejor guardados, maneja a su propio sabor los chismes que se incuban en los mentideros y tiene a mano el análisis correcto.

Los distintos criterios bullen de manera más animada porque recién han pasado las elecciones legislativas y municipales, y he podido pulsar en vivo lo que piensan de ellas tirios y troyanos. Para mi sorpresa nicaragüense, todos aceptan que se trató de unas elecciones libres, limpias y honestas, en las que los votos fueron contados a cabalidad y de manera transparente. Sin sombra de dudas.

El Tribunal Supremo Electoral está compuesto por representantes de los partidos políticos, como en Nicaragua, y su presidente actual es miembro del FMLN, antigua fuerza guerrillera, igual que el FSLN en mi país, ambas ahora en el poder. Pero ese hecho no ha quitado credibilidad a las elecciones. Allá nadie, me dicen mis amigos con unanimidad de criterio, se atrevería a meter papeletas marcadas en una urna antes de que se abran las votaciones, a falsificar el acta de una mesa, a manipular el sistema de transmisión de datos. ¿Y negar cédulas a los ciudadanos?, pregunto yo. Tampoco.

Callo, maravillado. Al partido en el poder, el de los guerrilleros, le fue mal en estas elecciones. Perdió más de cien mil votos, varios asientos en la Asamblea Nacional, con lo que queda en minoría, y muchas alcaldías importantes, empezando por la de la capital, a pesar de que su candidato, Jorge Shafik Handal, lleva el mismo nombre de su padre ya difunto, una de las figuras emblemáticas del FMLN. Pero sus dirigentes no tardaron en reconocer el triunfo de Arena, su viejo adversario de la derecha; y tras el mea culpa, prometieron que trabajarían para recuperar la confianza del electorado. Ya ven. Las reglas de la democracia, uno de cuyos supuestos esenciales es la alternabilidad, cumplidas al pie de la letra.

Y también las condiciones de la campaña electoral fueron justas. El partido en el poder no usó los recursos del Estado para hacer propaganda, ni buscó comprar la voluntad de los votantes con prebendas y regalías, ni los empleados públicos fueron obligados a concurrir a las manifestaciones. Y como en las carreteras y avenidas aún se pueden ver las vallas de publicidad electoral, se nota que se hallan repartidas de manera equitativa. El FMLN no abruma a los demás partidos imponiendo sus colores ni los rostros de sus candidatos. Y yo sigo maravillado.

Hay una razón esencial en todo esto, me dicen. Un fraude, de cualquier tamaño o magnitud, sería intolerable porque, en primer lugar, rompería el equilibrio del que depende el funcionamiento del sistema democrático. Este equilibrio fue conseguido a raíz de la firma de los acuerdos de paz de comienzos de la década de los 90, que pusieron fin a la larga guerra que asoló a El Salvador, los guerrilleros del FMLN enfrentados al ejército, igual que en la misma década el Ejército Popular Sandinista se enfrentó a los guerrilleros de la contra, guerra que también terminó con unos acuerdos de paz.
Hoy día, tanto el FMLN como Arena son partidos sólidos y bien organizados, con estructuras de base y respaldo popular, y por dos décadas se han mantenido en sosegado equilibrio. El equilibrio vital para la democracia salvadoreña de que hablan mis amigos. Arena ganó sucesivamente cuatro elecciones presidenciales, hasta que el FMLN logró vencer los miedos que le impedían conquistar una mayoría, presentando a un candidato potable, el periodista Mauricio Funes.

De todos modos hubo alarma. Los izquierdistas, los comunistas, los viejos guerrilleros, tomaban por primera vez el poder y se temían políticas económicas interventoras, alteración de la economía de mercado, confiscaciones. Nada de eso ocurrió, y los años de gobierno de Funes han sido de tranquilidad institucional, perturbados por el enfrentamiento contra las pandillas de los Maras, y el enfrentamiento de los Maras entre sí, hasta que ahora, por mediación de la jerarquía de la Iglesia católica parece haberse iniciado un diálogo entre el gobierno y los pandilleros, que ha disminuido notablemente la violencia y ha llevado a estos últimos a anunciar el cese de esta segunda guerra irregular, tan costosa en víctimas.

Pero hay aún otra novedad, y es que, desde el principio, Funes tomó distancia de la dirigencia del FMLN, de discurso más duro, y lo primero que hizo fue proclamarse alineado con la visión de izquierda democrática del presidente Lula, de Brasil, y no con la del presidente Chávez, de Venezuela. La distancia se mantiene, y la cúpula del FMLN proclama públicamente que el gobierno de Funes no es el suyo propio, sino su aliado. Una situación un tanto surrealista, pero que a la postre ha resultado constructiva, y abre un tercer polo de equilibrio.

Durante las pasadas elecciones el presidente Funes no dio la cara por el FMLN en la contienda electoral, lo que quiere decir que personalmente no perdió esas elecciones, ya que su nivel de aceptación popular se mantiene en 60 por ciento; más bien se le señala de haber respaldado por debajo del agua al nuevo partido Gana, ligado al ex presidente Elías Antonio Saca, alejado ahora de Arena, que obtuvo 11 asientos en la Asamblea Nacional. Pero también se dice que la maniobra de respaldar a Gana fue compartida entre el presidente Funes y la alta dirigencia del FMLN, con la mira de restarle votos a Arena. Si fuera así, el tiro les salió por la culata, pues al que Gana quitó electores fue al propio FMLN.

De todas maneras, si uno mira desde Nicaragua a través de las aguas del golfo de Fonseca, la democracia en El Salvador está funcionando como debe ser. Nadie teme que de las filas del FMLN vaya a salir un caudillo que quiera quedarse en el poder para siempre; al final de su periodo, Funes se irá para su casa, y las probabilidades de que la derecha gane las próximas elecciones presidenciales están abiertas.

Asunto de maravillarse.

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