viernes, 27 de enero de 2012

El blog de los amigos muertos.

El blog de los amigos muertos
Por: Javier Rodríguez Marcos
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Todo es extraño. Los favoritos de Internet tienen a veces algo de paisaje después de la batalla: el humo, los caídos, edificios en pie, ruinas… y ese silencio que llaman sepulcral. Nada produce más congoja que visitar los blogs de los muertos. Siguen ahí, en el limbo, detenidos por siempre el día que fallecieron, con sus inéditos, sus comentarios, lo que estaban leyendo, los proyectos, la biografía sin terminar aún. Se vuelve a ellos como de un viaje, en septiembre, mientras el calendario señala amarillento el mes de junio. El archivo de textos ha seguido corriendo en el vacío: enero, febrero, marzo… 2009, 2010, 2011... Es extraño, ya digo. Están allí más vivos que en sus libros, también más imperfectos, en marcha aún.

A veces, todavía, pincho en el blog de Tomás Segovia. Murió en noviembre pasado. Su bitácora está llena de tesoros por descubrir.

A veces, todavía, pincho en el blog de Francisco Casavella. Se murió en 2008. No sé si fue mi amigo (disculpen la primera persona). Nos escribimos mucho, hablamos por teléfono, nos vimos demasiado poco. Diría, eso sí, que lo tenía presente: qué pensará de esto, qué escribirá, dónde andará metido. Alguna vez llamó para avisar: “Desaparezco un tiempo”. Raro ¿no? Fue uno de los grandes narradores de las últimas décadas y un ensayista a la altura de los mayores. Las 1.000 páginas de Elevación, elegancia y entusiasmo recopiladas por Jordi Costa (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2009) son parte ya de la historia del ensayo español contemporáneo.

En ese libro está, precisamente, lo que escribió en su blog: sobre el Modiano guionista, sobre el Spielberg de Múnich (y Emmanuelle Negra), sobre el Günter Grass nazi adolescente, sobre House y su desternillante visita al hospital. Está en el libro, sí, pero a veces lo busco en Internet. Debajo del retrato cuelgan, escritas en 2006, sus “próximas aventuras”: El secreto de las fiestas (novela): Mondadori. Septiembre 2006. Lo que sé de los vampiros (novela): O como Napoleón dijo lo más certero sobre la Historia Universal, mientras huía de cientos de conejos. ¡Hecho real! En su librería en el 2007. La verdadera historia de la verdad (ensayo)...

Algunas aventuras llegaron a buen puerto –las fiestas eran una novela que andaba reescribiendo, los vampiros ganaron el Nadal el año de su muerte (él llamaba “la cubitera” al trofeo del premio); otras, no. Ahora echamos de menos aquello que nunca tuvimos. Nos quedan sus historias de jesuitas cegados por las Luces y sus historias de una Barcelona a la que se le había corrido el rímel –ciudad de celofán-; sus palabras en el documental que Albert Pla y Lulú Martorell hicieron sobre Pepe Sales; sus lecturas de Stanislaw Lem y Saul Bellow, Aaron Sorkin y Dr. Feelgood, Pío Baroja y Dan Brown. "No puedo dejar de felicitar a las editoriales de todo el mundo que en su día rechazaron la publicación de esta infamia y ahora no se arrepienten. Es la demostración de un resto de dignidad, no sólo en el mundo editorial, sino en el sistema mercantil", escribió en su reseña para Babelia de El código Da Vinci.

“La vela que ardía por los dos cabos era su único modo de estar en el mundo. Emocionarse con esa combustión era un fin en sí mismo. Lo único importante, qué fácil es decirlo, consistía en no resignarse. En la actualidad, se echa de menos ese talante. Se echa mucho de menos esa lucha infatigable contra el miedo a vivir”. Es Casavella hablando de Cassavetes. Imposible no leerlo, una y otra vez, como un autorretrato.


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