lunes, 26 de diciembre de 2011

Visionarios del siglo XXI.

Visionarios del siglo XXI.
Víctor Flores Olea


Ayer por la mañana, 25 de diciembre, me desperté con la novedad de que mi bella esposa Rosa Elena había tenido la magnífica y sorpresiva idea de regalarme por la fecha un iPad, una de las sorprendentes y últimas realizaciones de Steven Jobs, recientemente fallecido, y creador-dueño-animador de las computadoras Apple-Macintosh, y también de los innumerables derivados de esas computadoras que perseguían siempre una concreción minimalista con la máxima eficacia tecnológica, con otra dimensión que debe atribuirse casi exclusivamente a Jobs: la realización del aparato, incluso en sus dimensiones más pequeñas, con la máxima belleza y elegancia posibles.

Por supuesto, me atrevo a mencionar estas características de los productos Apple (y de Steven Jobs) después de ser un usuario y admirador de las Apple-Macintosh por más de dos décadas (la voz de la experiencia, la coincidencia en el placer estético), y de leer la más reciente biografía de Jobs elaborada por Walter Isaacson, uno de los más notables escritores de Estados Unidos, con probada experiencia en las biografías de Benjamin Franklin, Albert Einstein, Henry Kissinger y otras.

En esta biografía de Steven Jobs, Isaacson no compromete su calidad sino que sale airoso del reto que le lanzó hacia fines de 2004 el propio Jobs, cuando le fueron detectados médicamente los primeros signos del cáncer que al final se lo llevaría y que le hizo pedir a Isaacson, en una tarde que acordarían permanecería secreta, que se encargara de su biografía ya que no podía encontrar a nadie en Estados Unidos más digno de ese encargo.

También en esto Steve Jobs conservó al carácter de sus lanzamientos: dramáticos, dignos de atraer a su persona las miradas del mundo entero. La biografía es digna de la vida de Jobs o si ustedes quieren el libro publicado es digno del libro sobre la vida de Jobs.

Uno de los mayores méritos de la biografía de Jobs es la insistencia de Isaacson, que era la insistencia del propio Jobs, en una de las dimensiones fundamentales de la personalidad o del carácter del propio Steven Jobs que fue la dimensión estética, su capacidad de apreciar el carácter de belleza, de proporciones, de balance lo más exacto posible de las obras humanas, en este caso, de las obras también tecnológicas como son las computadoras y sus diversos componentes, hasta los chips más escondidos, que siempre debería estar fabricado con el máximo de gusto y proporción.

Desde luego, tal fue una de las distinciones claves de Jobs, que lo hacían sentir por arriba de sus competidores meramente mecánicos o de productos industriales, como fue el caso con su adversario-amigo Bill Gates que tuvo al éxito inmenso de vender su sistema operativo a la IBM, que desde allí concedió a los fabricantes de computadores (bajo ciertas regla) la aplicación del sistema, eficiente pero de ninguna manera con las posibilidades y realizaciones estéticas del sistema de las Apple-Macintosh.

Por lo demás Bill Gates, el “fabricante” de las PC para IBM, invariablemente fincó su superioridad sobre Jobs en la incapacidad de comercialización de este último, señalando siempre que Jobs era incapaz siquiera de diseñar un simple sistema operativo.

Pero indiscutiblemente el genio de Steve Jobs, seguido en esto por Bill Gates y muchos otros, fue su golpe de genio o de talento para determinar que las “Main Frame”, las enormes computadoras de los años 60 y 70, deberían ser utilizadas por los usuarios individuales, y que para esto era necesario reducirlas dramáticamente de tamaño, haciéndolas accesibles a la persona individual.

Esta idea de reducción de tamaño de las enormes computadoras anteriores, que sólo podían utilizarse colectivamente, en empresas, Ministerios de Estado o grandes laboratorios de investigación, hasta el nivel de su uso personal e individual, fue el rayo de genio que un día tuvo Steve Jobs (en los años setenta, dentro de un ambiente de hyppies y de desprecio por las grandes corporaciones y centros de poder), pensando que poner las computadoras al alcance individual otorgaría al individuo un poder, incluso subversivo, que no había tenido nunca antes.

Tuvo razón Steve Jobs inclusive porque las cadenas de usuarios individuales, conectadas unas computadoras con otras (Internet, con el paso de los años), le darían a la colectividad, y no sólo al usuario individual, un poder tremendo sobre la sociedad. Sugirió: la única manera de derrotar al Big Brother del 1984 de George Orwell es esta computadora personal que sale de mis manos y que en unión con otras conciencias individuales no se dejará avasallar por ese Leviatán al que no debemos temer. La conciencia colectiva es lo valioso y no la imposición arbitraria de una pretendida conciencia colectiva falsamente unificada en una voluntad por arriba de las otras.

El gran dilema o problema que Jobs enfrentó hasta el final de su joven vida (56 años), fue la de si la industria o los negocios organizados, aun cuando en el origen tuvieran las características descritas antes, no contribuían de todos modos a la opresión general, o de si se podía seguir trabajando por la liberación inclusive a través de una de las empresas tecnológicas, por su desarrollo incomparable en novedades y aplicaciones originales, que han significado más en los últimos años de historia del mundo. Debemos reflexionar hondo sobre lo anterior.

Sin perder de vista que nosotros mismos utilizamos este medio para dar a conocer nuestra ideas y perspectivas revolucionarias a nuestros hermanos enlazados del otro lado de la línea.

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