viernes, 25 de noviembre de 2011

Freud y los poetas.

El deseo, tormento sin fin
José Cueli
Sigmund Freud recomendaba escuchar la voz de los narradores y poetas, ya que ellos podían decir, dada su condición, mucho más acerca de cuestiones fundamentales sobre la estructura profunda del ser humano. Este es el caso de Luis Cernuda, perteneciente a la generación poética del 27, quien merece un lugar aparte por derecho propio, debido a que su obra va más allá de los desarrollos poéticos de la época y rompe con los cánones.

Cernuda, autor universal, es a la vez un poeta de la marginalidad y es quizás allí, en los márgenes y desde estos mismos, de donde puede surgir la verdadera poesía. Y me refiero a su marginalidad no sólo por su condición homosexual y por su posterior exilio, sino por su propia esencia poética a través de la cual ahonda en el grito y en el desamparo originario que a todos nos habita. Será por ello que en su poema Como la piel, escribe: “… que en el fondo no hay fondo no hay nada, sino un grito, un grito, otro deseo”.

Cuando Cernuda titula Realidad y deseo a su obra poética, parece recordarnos que la vida se juega justamente allí. Cernuda, al escribir este fragmento de Scherzo para un elfo: “¿Acaso el amor pesa/ A tu cuerpo invisible, Y sus burlas oscuras/ Sobre el mundo recuerdan/ En ti anhelo eterno,/ A nosotros efímeros?” Parece acercarse a la concepción freudiana del yo. El yo como creación, como ficción; el yo con su carga enigmática, cambiante, efímera, pero sabedor de su fragilidad y finitud, a la vez fortaleza y debilidad, espejo de doble faz en el que siempre se persigue ese deseo que en realidad es deseo de otro.

Asimismo, en Cernuda parece haber un desdoblamiento. Si bien en sus reflexiones ensayísticas y a veces incluso en algunos de sus poemas habla de la realidad y el deseo como haría el “yo” oficial, su poesía posterior deja traslucir un cierto saber aparentemente no sabido de ese deseo que nunca se satisface porque el objeto está perdido.
Lo que capta espléndidamente Juan Gil-Albert, ese otro poeta poco conocido, cuando se refiere a que Cernuda recibe las afluencias de sus mayores pero en su foco motor, su coincidencia filosófica, entendiendo por esto una característica vital de posición, más que de postura, ante la vida, está en otra parte, en Schopenhauer: el título que inmortalizó al pensador germano: El mundo como voluntad y como representación.

¿No nos recuerda nada? Cernuda pudo no haberlo leído, porque no se trataba de eso, sino de hallar las fuentes comunes, o simpáticas, que nos hacen situar a un artista en la rama conveniente de un árbol genealógico determinado. Gil-Albert enfoca, en la dirección desesperada, y terriblemente vital a la vez, del filósofo alemán, lector de los Vedas, el resplandeciente minarete, sombrío de nuestro poeta sevillano. En esa, como digo, terrible visión filosófica de Schopenhauer, se nos señala la vida como fuerza ciega, como una voluntad, “un deseo”, que se sacia de sí misma, que se devora a sí misma, porque fuera de ella misma no hay nada.

Como dice Daniel Halévy al comentar el mundo de Schopenhauer en la biografía de Nietzsche, “la vida es un deseo, y el deseo un tormento sin fin”. Que Luis Cernuda haya expresado esto mismo, a su manera, con insuperable maestría y dominio de la forma, añadiendo al conjunto un toque muy evidente de desgana, o como de desilusión, y que tal vez corresponde al indolente vestigio de su condición meridional, es todo lo claro que pueden ser cuestiones tan arduas. La realidad y el deseo fue un título concomitante con el anterior, sólo que depurado, neoplatónico, por decirlo así menos tajante.

Acabo el artículo y recibo la dolorosa noticia de la muerte de Agustín Palacios, pionero del sicoanálisis en México y amigo entrañable de toda la vida con quien ya no comenté estas notas.

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