domingo, 27 de noviembre de 2011

Daniel Sada, su vida.

Daniel Sada: “Al fin y al cabo soy un sádico”
El fallecimiento del autor a los 58 años dolió a la comunidad intelectual por la calidad humana que caracterizó al amigo y la calidad artística que distinguió al narrador.


A los 58 años se es muy joven para morir. Sobre todo si se lleva el nombre de Daniel Sada y se está en ese punto de una larga carrera profesional donde comienza a avizorarse un tiempo de cosechas. Pocos autores como él concentraban el reconocimiento casi unánime de sus pares, quienes alababan sobre todo la fidelidad al estilo y la manera de darlo todo por la escritura. Precisamente el día en que se le otorgaba (tarde, según su colega y amigo Álvaro Uribe) el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en el campo de Lingüística y Literatura, Daniel moría en la Ciudad de México víctima de una enfermedad renal de larga data.

La noticia efectiva del galardón, del que ya tenía conocimiento desde el 10 de octubre, fue recibida telefónicamente por la hoy viuda del escritor, Adriana Jiménez. Autor entre otras novelas de Una de dos, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Casi nunca, A la vista y la póstuma El lenguaje del juego, que Anagrama publicará en 2012, Sada se había manifestado en los últimos días “totalmente sumergido en mi enfermedad”.

Apenas podía respirar, se cansaba a menudo y había perdido la vista a causa de la diabetes que lo acosaba desde hace años. Daniel falleció joven, enfermo y pobre. Pensaba, de hecho, usar el dinero que otorga el Premio Nacional para el tratamiento médico que requería y, unos meses antes de su muerte, varios amigos publicaron en las redes sociales el número de su cuenta bancaria, solicitando aportes que lo ayudaran a solventar la atención hospitalaria.

A finales de mayo pasado se juntaron en la Casa Refugio Citlaltépetl sus amigos escritores y pintores para realizar una subasta destinada a recolectar fondos en su apoyo: Ángeles Mastretta, Fernando Macotela, Eduardo Lizalde, Guillermo Fadanelli, Héctor Aguilar Camín, Guillermo Arriaga y Mario Bellatin, entre otras firmas.



LA TRADICIÓN LITERARIA
Como Juan José Arreola, un escritor al que admiraba, Sada amaba el ajedrez; le interesaba también el beisbol. Su erudición deliciosa la desplegaba en las charlas con sus amigos sin ninguna afectación. Amaba los clásicos porque en la biblioteca del pueblo donde creció sólo había literatura del siglo XIX; cuando llegó a la Ciudad de México y se dio cuenta de que “todos leían a José Agustín”, tuvo que ponerse al día.

De Sada dijo el chileno Roberto Bolaño que hacía algo denominado “barroco en el desierto”; Sada no estaba para nada de acuerdo. Hay quienes lo llamaron “costumbrista” y, otra vez, el autor no lo aceptó: “El barroco es culterano por definición, y yo trabajo con la oralidad: no hay culteranismo en mi literatura. Pero la oralidad me impulsa a buscar y encontrar arcaísmos”, decía. “En una presentación que hizo el escritor Heriberto Yépez de un libro mío, decía precisamente que no soy todo eso que dicen. Que no soy barroco ni norteño ni costumbrista y que nadie ha acertado a definirme. Soy un escritor atípico que no se identifica con todos esos adjetivos que me endilgan”.

¿Su comunicación con el lector sería la de la provocación?, le preguntaron una vez. “Puede ser, al fin y al cabo soy ‘sádico’, por mi apellido, claro”, respondió. Y se echó a reír.

Admiraba a Yépez y consideraba que Al otro lado, la novela del tijuanense nacido en 1974, era la mejor de ese género llamado “literatura del narco”, en el que Sada no creía. Le gustaba, eso sí, que en su literatura se vieran deudas con James Joyce, sobre todo por los monólogos a los que son tan afectos muchos de sus personajes. Y guardaba silencio, con cierta satisfacción íntima que no expresaba por pudor y elegancia, cuando le hacían notar en su literatura paisajes de Juan Rulfo, su viejo mentor.


LAS PALABRAS PESADAS
No es fácil leer a Daniel Sada. Tiene una fuerza inexpugnable, una densidad malvada, como si quisiera secuestrar al lector y apretarle el cuello hasta dejarlo sin aire. Todo el misterio de su obra está en la forma, un río concentrado donde personajes extraviados, presos de sí mismos o de sus complejos, víctimas de una fatalidad inevitable, narran su viaje hacia el cadalso con la inocencia del que ignora su destino. “Trabajé mucho sobre el lenguaje, pero también me interesan los personajes y las historias. El lenguaje por sí mismo no funciona. Alguna vez me han propuesto hacer una novela de lenguaje y dije que no, necesito la historia, los personajes, una trama, quiero saber a dónde voy”, decía Sada.

En su literatura había una ética férrea: “Un alegato de fondo a favor de los libros de imaginación contra los libros de información, y eso podría ser lo que se denomina una poética. Ahora hay más tendencia a informar que a imaginar. Creo que el lenguaje sirve para despertar la imaginación, para explorar en territorios imprevisibles e inesperados en la novela histórica o documental, tan en auge”.

LOS CUENTOS DE DANIEL
Se sabía todas las fórmulas habidas y por haber sobre cómo debía escribirse un cuento. Y las violaba todas. “El cuento es un género anquilosado porque hay demasiadas fórmulas. En cambio, la novela ha sido un territorio de libertad. Como dice Kundera: ‘Cada novela es una refutación contra el arte de novelar’. Y en el cuento no sucede esto. Hay exégetas del cuento defendiendo las fórmulas y quise romper con eso y buscar una nueva manera de contar un cuento. E

El cuento es como la ópera en la música, que tiene al público más conservador que existe. Me gusta mucho Julio Cortázar, por ejemplo, en cuyos cuentos las cosas parten de la normalidad, se complican y arriban a la anormalidad; pero eso también se convirtió en una fórmula”. Provocaba y subvertía el orden establecido con esa imagen de hombre bonachón que lo preservaba de todas las furias estilísticas: “No soy un provocador por naturaleza, simplemente no obedezco a los parámetros naturales de la literatura”, aseguraba.

Quizá por eso escribió los cuentos de Ese modo que colma (Anagrama 2010), para contrapesar masculinamente la esencia femenina de su novela Una de dos, llevada al cine por el director y ajedrecista Marcel Sisniega y protagonizada por Tiaré Scanda, cinta que nunca agradó del todo al escritor. Sada era un hombre que amaba a las mujeres: “la mujer lo es todo: la fertilidad, la inspiración, la paz, la sensibilidad... algo extraordinario y enigmático siempre”. Las más importantes de su vida fueron su esposa, Adriana Jiménez, sus hijas Fernanda y Gloria, y su madre, quien a los 87 años lo lloró sin consuelo “porque mi hijo siempre fue muy bueno y cariñoso conmigo”. Y Daniel la amaba “porque me ha tratado siempre muy bien y fue muy cariñosa conmigo”.



FAMOSO ES MARADONA
Sufría la ausencia de críticos en la literatura latinoamericana, convencido de que esa carencia se debía a que “la gente quiere la creación, no la reflexión. El crítico está devaluado por el mercado, que impulsa a los autores mediante un aparato publicitario fuerte. Además, casi la mayoría de los críticos actuales escribe muy mal y eso es inmoral. Si voy a juzgar una obra literaria tengo que escribir al menos decentemente”, afirmaba.

Cuando le tocaba hacer de crítico tenía gustos muy definidos: “Hay un libro que me encanta: El zafarrancho aquel de Vía Merulana, del italiano Carlo Emilio Gadda, a quien Pasolini adoraba. Ese libro pasó inadvertido mucho tiempo, hasta que Italo Calvino lo rescató y ahora es un clásico. Empieza con algo trivial y la historia se complica poco a poco, tomando el cariz de un policial. Es un gran ejercicio de imaginación. También recomendaría a Kafka, lo que sea; un escritor cuya tesis principal es que lo fácil se hace difícil y que las historias no acaban nunca. No hay un final total, es el lector el que puede inventarlo. Goethe decía que las grandes obras de la literatura tenían un carácter inconcluso. Roberto Bolaño, por ejemplo, es la premisa de todo, tiene dos facultades increíbles: el desparpajo y la imaginación. Siempre se está renovando, a pesar de que ya no está entre nosotros. Uno lo lee y descubre varios registros en su literatura, uno nuevo cada vez que lo lee. Es un escritor que te tutea”, expresó.

Aunque en los últimos tiempos Sada estaba feliz porque lo leían muchos jóvenes, se reía cuando alguien le preguntaba por su “fama” de escritor. “Famoso para mí es Maradona. La fama sin dinero no importa mucho, ¿no?”, decía. “De unos 20 años para atrás diría que he podido vivir de la literatura, con mucho esfuerzo, claro, dando muchos cursos, forcejeando con la vida, pero eso de ser famoso no es para mí”.

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