domingo, 27 de noviembre de 2011

Blanco de paradojas.

Blanco de paradojas
Bárbara Jacobs


La razón por la que nunca acabo de redondear la que debería ser mi filosofía de la vida es que nunca acabo de descifrar el mensaje de lo que vivo. Es cierto que aparte de críptico suele ser engañoso, o será que soy una optimista incorregible y no dejo morir en mí la ilusión de que lo que me parece malo, en realidad es bueno, lo negativo positivo, lo oscuro claro. En qué basarme para decidirlo, cuando el significado esencial de lo que me sucede tarda en revelárseme o ni siquiera llega a revelárseme del todo.

La carta que transcribo abajo tuvo una respuesta inmediata feliz que luego no se materializó. La destinataria me invitó a la premiación de la que hablo, pero el pasaje nunca llegó, ni tampoco ninguna explicación. Sin embargo, sigo a la espera de una revelación definitiva.

Querida Zutana:

Te extrañará que te escriba de pronto, como aparición. Pero el motivo es no sólo simple, sino gozoso y desinteresado, lo que justifica mi atrevimiento. Espero que una vez pasado tu asombro, y si es que encuentras la ocasión, leas mis líneas y las tomes como un saludo a ti o una muestra de afecto, también a ti, nada más.

Sucede que desde el momento en el que supe que la fundación en la que colaboras había distinguido a Leonard Cohen con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011, tuve un deseo muy intenso de compartir el gusto que me daba la noticia. Necesitaba dar con alguien que, aparte de celebrar conmigo, diera fe del derecho que yo tenía a festejar semejante premio a Leonard Cohen. Por supuesto, mi entusiasmo recayó primeramente en W, que no la debía ni la temía, pero es mi pareja y a quien de veras agradecí que recibiera mi júbilo lo más genuinamente que le fue posible, tomando en cuenta que Cohen no representa para él lo que para mí.

Como quiera que sea, quedé con deseos de compartir todavía más mi desbordado gusto, ahora con alguien al que le constara desde cuándo leo y oigo y sigo a Cohen [finales de los sesentas. Más tarde, llegué a persuadir a U, que tampoco la debía ni la temía, pero que era mi pareja, de que fuéramos a Hydra, con la esperanza de que nos cruzáramos, no con algún monumento más a ningún griego célebre para la historia de la cultura occidental, sino simplemente, pero en persona, con Leonard Cohen, apenas un músico, poeta y escritor canadiense, célebre, si acaso, únicamente para un puñado de desadaptados del siglo XX (yo me gané el título cuando me corrieron de la secundaria en México y tuve que irme a estudiar a Montreal, en donde Cohen nació), en un momento afortunado de nuestra visita turística y veloz a esa bella isla blanca.

Años antes, pasé las puntas de mis dedos sobre la firma de Cohen al verla en el libro de visitantes en la casa de García Lorca en Fuente Vaqueros]. A mis veinte años transcribí a un papel su Marita, Please find me, I am almost thirty, y mandé anónimamente la petición a un amigo, entonces menor de 30 años, que lamentaba tanto ser soltero que no hacía nada por remediarlo. Pero recibir el poema lo enloqueció aún más, pues cuando lo volví a ver me contó que llamaba a una tal Marita, pero que no tenía idea de quién pudiera ser la Marita a la que hasta en poemas en inglés convocaba.

Sin embargo, los “testigos” que mi entusiasmo requería están muertos o en todo caso imposibilitados (me comuniqué a Zurich con un hermano mío que de muy jóvenes me había llevado a ver de sorpresa una película con las canciones de Leonard Cohen), más que para dar fe de nada o compartir mi alegría en vivo, para dar cause a mi exultación que era lo que parecía exigir para calmarse.

Entonces pensé en ti. Que no eres el testigo que yo buscaba, y que en cambio sí eres a quien menos derecho tengo yo de importunar con absolutamente nada, y aún menos con las confidencias de una adolescente más que pasada, aunque sea en edad. Pero ni modo, también eres, quizá para tu desgracia, como lo fue y ha sido para la de U y W, cada uno en su momento, a quien siento más cerca de transmitir mi contento al causante de todo esto, Cohen mismo, y transmitírselo no de otra manera, sino simbólica, como por ósmosis, pues, en cuanto leas estas confesiones (¡si es que las lees! Y perdonaría si no lo hicieras, y te pediría que si lo haces después te apresures a destruirlas), las llevarás dentro de ti cuando veas a Cohen durante su premiación.

Es todo, querida Zutana, y temo que ha sido demasiado.

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