domingo, 29 de mayo de 2011

Rajoy, resiste y vencerás.

Resiste y vencerás
Rajoy ha abandonado el discurso de los valores y las esencias, tan caro a Aznar. En sus viajes por España se ha dado cuenta de que a la gente solo le importa la crisis. Está convencido de que no se trata tanto de que él gane las elecciones generales, sino de que las pierda el PSOE


Son casi las cuatro de mañana del lunes más dulce de Mariano Rajoy, un hombre muy acostumbrado a lunes negros. Todo el mundo quiere irse a su casa. En la calle Génova no queda nadie. Solo banderolas del PP tiradas por el suelo. Los periodistas se han ido. También los policías, y los dirigentes más conocidos. Hasta su mujer, Viri, se ha marchado, harta de esperarle. Pero él no quiere salir de su oficina. Es su gran noche, y quiere apurarla, que no acabe nunca. Pero no lo hace brindando, hablando de cualquier banalidad, festejando sin más. Anda en otra cosa.

Necesita contarse que tenía razón, que su estrategia de perfil bajo, de no moverse y no dar miedo, tenía sentido

Ha resistido dos derrotas electorales y todo tipo de batallas internas. Ahora ve llegada su hora. Pero no quiere hacer ruido

Madrid es su pesadilla. Allí están la principal rival interna, Esperanza Aguirre, y los medios que exigen más dureza

Rajoy ha pedido recortes como reducir altos cargos, pero prohíbe tocar sueldos de médicos o maestros antes de las generales

"No se pueden ganar unas elecciones si la gente no está enfadada con el Gobierno. Eso ha llegado", dicen en Génova


Está sentado en su enorme despacho de la séptima planta de Génova 13, recién reformado, fumando un puro tras otro y dejándose los ojos con la letra y los números minúsculos de una página web. Es www.mir.es, donde están los datos de los resultados de los 8.116 municipios españoles. Ahí figura hasta el último pueblo perdido de Galicia o de Castilla-La Mancha.

Los mira todos, pero va siguiendo en especial un mapa muy personal: el de los municipios que él ha visitado en su larguísima campaña electoral. Que no ha durado 15 días, sino siete años, dos meses y ocho días, los que han pasado desde aquel fatídico 14 de marzo de 2004. Ese día, un hombre que iba a ser presidente del Gobierno sin despeinarse se encontró con la cruda realidad de la derrota frente a José Luis Rodríguez Zapatero, que le volvió a ganar en 2008.

Rajoy necesita reivindicarse. Pero no ante el mundo. Ni siquiera ante su partido, eso ya llegará. Es ante sí mismo, en soledad, en esa esquina impersonal de su despacho donde solo hay un ordenador, una silla ergonómica y un destructor de documentos. Por eso mira qué efectos han tenido sus visitas. Necesita contarse que tenía razón, que su estrategia de resistencia, de perfil bajo, de no moverse y sobre todo de no dar miedo a la espera del hundimiento del PSOE, tenía sentido.

Rajoy, lo admiten hasta los más marianistas, no es un líder, ni un político puro de esos que "llenan los espacios". No arrastra masas, no ilusiona. "Sé que esto no ha sido muy apasionante, pero bueno", llegó a decir en un mitin en Vigo centrado en propuestas económicas. Y sin embargo, lo sabe casi todo de cómo funciona la política. Y el poder. Es un especialista. Aunque es poco conocido ese perfil, Rajoy es en realidad un hombre de aparato.

Así empezó, como vicesecretario de organización. Una de esas personas que conocen hasta el último concejal, que sabe qué quiere cada uno, cómo contentarle. Que conoce cuál es el problema en cada pueblo. Una persona que se mueve muy cómoda en los ambientes protegidos del partido, de las comidas, de las visitas a los pueblos, lejos de los medios nacionales. Y lejos de Madrid. Por eso le encanta salir de la capital. Allí nadie le pregunta por el caso Gürtel. Sale del coche oficial, y es una figura de la televisión. "Estás muy delgado, hijo mío", le dicen las señoras. "Qué alto", los niños.

Y por eso le molesta que le llamen vago. Para él, un hombre que casi siempre habla del trabajo con desgana -parece una pose, porque la política es su vida- recorrer decenas de pueblos debería eliminar esa imagen. Pero la idea está más instalada por el perfil bajo de su discurso, por su decisión de no arriesgar, que por los kilómetros que hace a la semana.

Tal vez de ese periplo sin freno viene su obsesión por mirar los resultados de los pueblos por los que ha pasado, de entender, de calcular, memorizar. Está convencido, cada vez más, de que las elecciones no las ganará él, las perderá el PSOE, la tesis oficial de su gurú, Pedro Arriola. Sabe que la victoria no le llegará por ser mejor candidato que su rival, ni por conquistar a los grandes medios. Sino por el desplome socialista en esos lugares fuera de Madrid en los que él se mueve tan a gusto. Y por la desmovilización de la izquierda en las ciudades, el eje básico de su estrategia. Por su decisión consciente de no molestar.

La mayoría de los escépticos del PP, y el propio José Luis Rodríguez Zapatero, que lo ha dicho en varias ocasiones, pensaban que un hombre así nunca podría ganar unas elecciones. Que es un anticandidato. Sin embargo, después del batacazo del domingo, la victoria de Rajoy está algo más que descontada en la calle Génova. Y fuera de allí.

Tanto que empiezan a llegarle, por primera vez, llamadas de líderes internacionales que ya se acercan al que ven como futuro presidente. Y a la noche electoral se acercó hasta Rodrigo Rato, muy distanciado en el pasado -ahora reconciliado tras lograr la presidencia de Caja Madrid-, como todos los que no veían nada clara esa estrategia del perfil bajo. La victoria inexorable de Rajoy empieza incluso a ser asumida en la calle Ferraz, sede del PSOE ¿Qué ha pasado?

Un marianista resume la actitud de su jefe ante la política y la vida con tres pes: "Paciencia, prudencia y perseverancia". Rajoy lo ha pasado muy mal, recuerda, con las críticas internas, que llegaron a ser generalizadas y muy ácidas. Pero decidió aguantar. Es la vieja idea de Rajoy como un ciclista, un resistente nato, un tipo convencido de que no gana el que más corre, sino el que sigue encima de la bicicleta al final de la carrera. Y más si esa prueba dura ocho años, algo que pocos aguantan. "Borrell no aguantó. Carme Chacón no hubiera resistido ni la mitad. A Zapatero le llegó la victoria tan pronto que no lo sabremos. Pero no es común la fortaleza de Rajoy", sentencia otro.

Otro dirigente más distanciado lo sintetiza de forma más brutal: "Mariano gana a todo el mundo por agotamiento. Él aguanta, aguanta y aguanta, y en este país, eso implica ganar. Yo creo que hasta Zapatero está cansado de criticarle".

Rajoy, efectivamente, sufrió mucho en las batallas internas. Ningún jefe de un partido tan importante en España ha tenido un cuestionamiento interno de ese calibre durante tanto tiempo. Su entorno incluso asegura que había un movimiento muy fuerte preparado en 2009, con empresarios relevantes detrás, para descabalgarlo si fracasaba, como estaba previsto, en las elecciones gallegas. "Le estaban esperando, como siempre, pero sale vivo de todas, es imposible acabar con él", se anima uno de los fieles.

Resistencia, es la palabra clave de todo su entorno. Ni acción, ni victoria, ni ambición, ni decisión, ni ataque. Resistencia. Cuando uno pregunta cómo está el líder, la respuesta es casi siempre la misma: "tranquilo". Y cuando la presión arreciaba por los escándalos de corrupción, decían lo mismo: "Está tranquilo, aguantando el chaparrón, lleva mucho tiempo en esto, sabe que todo pasa, siempre escampa".

En los pueblos de su Galicia natal, en una campaña electoral muy particular, la de las autonómicas de 2009, se forjó un nuevo Rajoy. Hasta entonces, el líder del PP aún daba ruedas de prensa -pocas, pero daba- entraba a veces a los asuntos de actualidad, y en ocasiones metía la pata, como aquella famosa historia del primo que dudaba del cambio climático. Pero poco antes de la campaña, estalló el caso Gürtel. Después de algunas ruedas de prensa monopolizadas por la cuestión en plena campaña electoral, decidió cancelarlas. Hacer como si no existiera el asunto.

El equipo del líder empezó a pensar que ese caso haría imposible la victoria en Galicia. Pero entonces comenzó el periplo por los pueblos gallegos. Y vio que nadie le preguntaba por eso. Que eran cosas "de Madrid". Rajoy empezó a controlar cada vez más lo que decía, a ofrecer solo discursos cerrados o imágenes amables de su recorrido por los pueblos, grabadas por el PP y enviadas a todos los medios por el satélite controlado por el PP. Allí empezó a ver que lo único importante era la crisis económica. "Gürtel preocupa internamente, pero la crisis es un enemigo tan potente, que hará su trabajo lentamente y acabará con el PSOE, solo hay que esperar", decían ya en esos días los colaboradores.

Rajoy descubrió que podía ir por toda España lanzando el mismo mensaje sobre la crisis económica sin necesidad de contestar a preguntas, podía evitar cada día a los periodistas en el Congreso -llegó a estar seis meses sin convocar una sola rueda de prensa- sin que eso tuviera ningún coste. Comprendió que esas críticas que le llegaban por todas partes en Madrid no calaban fuera de la capital.

El líder del PP incluso ha bromeado alguna vez con la idea de "conceder la independencia a Madrid". Es su pesadilla. Allí está su principal rival interna, Esperanza Aguirre, y los medios que más le reprochan esa estrategia de perfil bajo. Los militantes de Madrid no le aplauden como los de fuera. "Madrid es una isla", ha llegado a decir. Rajoy ganó el congreso de Valencia, tras su derrota en 2008, contra Madrid -por algo no se hizo en la capital-. Y sigue luchando contra la capital, epicentro de la política española, exigente y cainita, la capital de Aguirre y la capital de Aznar, la sombra con la que siempre se mide Rajoy.

En esa noche electoral en la que el líder miraba cada pueblo, un dato se repetía en su despacho, en el que entró casi todo el mundo en algún momento menos Aguirre, ahora aparentemente reconciliada pero siempre distante. El dato era una obsesión: el PP de Rajoy había logrado superar el récord de 1995, cuando el PP de Aznar sacó 4,5 puntos en unas municipales al PSOE. El domingo fueron casi 10. Y Rajoy disimuló su euforia. Había ganado al fin en algo a la sombra aznarista. Había llevado al PP a la mayor cota de poder autonómico de su historia.

"España no es Madrid, Mariano siempre lo dice. Y el PP es un partido de provincias, cada vez es más evidente. Igual que Hernández Mancha, por el que apostó Rajoy, ganó contra Madrid y Herrero de Miñon en 1987, Rajoy lo hizo también en el congreso de Valencia en 2008. Y ahora lo ha vuelto a hacer. Madrid nunca le ha querido, pero tendrá que rendirse a la evidencia cuando gobierne", sentencia un dirigente regional.

Rajoy, dicen en su entorno, tiene una visión cíclica de la política. Está convencido de que ni los medios ni los políticos pueden hacer mucho para cambiar las grandes tendencias. Por tanto, se trata no tanto de influir sobre la realidad, sino de esperar el momento propicio, estar preparado para cuando te toque.

Un dirigente llega a plantear que Rajoy a veces habla como si la realidad política española fuese similar a la de la Restauración, con la alternancia en el poder de Sagasta y Cánovas. Como si todo estuviera escrito y poco se pudiera hacer para cambiarlo. Los populares insisten además en que la ola de caída de la socialdemocracia en toda Europa con la crisis económica indicaba que el PSOE tenía que caer tarde o temprano.

"Los ciclos en España son de ocho años, lo de Felipe González fue una cosa única porque era un personaje único. Rajoy sabe mucho de resultados electorales, los analiza como nadie, conoce la dinámica en cada provincia, y ya en 2008 vio que la victoria del PSOE, con una gran movilización de la izquierda anti-PP, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, era irrepetible. Solo había que esperar y cambiar la imagen del partido", sentencia un marianista.

En esa idea insisten mucho los más fieles. Todos admiten que la imagen puede ser de inacción, pero señalan que poco a poco, sin ruido, Rajoy ha construido un partido a su medida, en el que no destaca nadie en especial pero tampoco chirría más que lo que queda de aznarismo, como Jaime Mayor. "Lo que hay no se parece en nada a lo que le dejó Aznar. Feijóo en Galicia, Bauzá en Baleares, Cospedal en Castilla-La Mancha, Basagoiti en el País Vasco, Sánchez Camacho en Cataluña, Monago en Extremadura, los ha puesto él a todos, y por eso su éxito en las municipales es el de Rajoy.

El único sitio en el que no ha entrado es en la inexpugnable Madrid, pero todo se andará", sentencia un dirigente. Con quien no ha podido tampoco es con Francisco Camps. Algunos dicen que no lo ha intentado. Otros que esperaba que dimitiera él. La mayoría admite que Camps ha demostrado ser más resistente incluso que Rajoy. El líder pudo, eso sí, con Francisco Álvarez Cascos. Pero a un coste altísimo. El PP no levantará cabeza y Cascos, siempre vengativo, será un problema constante cuando Rajoy llegue a La Moncloa. Y con Aguirre de aliada.

La tesis de los marianistas es que en la primera legislatura, Rajoy no se atrevió a tocar nada y se dejó llevar por el viejo PP porque tenía muchas hipotecas pendientes con quien le nombró, Aznar, y su entorno. Algunos de ellos eran amigos de Rajoy como Eduardo Zaplana o Carlos Aragonés. Con el primero y con Jaume Matas llegó a veranear en el yate del presidente del Grupo Sol Meliá, Gabriel Escarrer. Eran otros tiempos.

Los veteranos recuerdan que Rajoy era el más fiel de los aznaristas, y que todo lo que se hizo desde 2004 -incluida la estrategia del 11-M, las manifestaciones contra la negociación de ETA o contra el matrimonio homosexual, la idea de la "traición a los muertos", el referéndum contra el Estatuto catalán- se decidió en reuniones presididas por Rajoy.

Lo cierto es que el líder, tras su segunda derrota y ya sin nada que perder, en 2008, decidió cambiar, reinventarse. Y romper con el aznarismo y con sus viejos compañeros. De todos ellos solo salvó a Javier Arenas y Federico Trillo. En otra noche como la del lunes pasado, en 2008, mirando la página web con los resultados, Rajoy concluyó que había perdido porque el PP daba miedo y concluyó que la mejor manera de no dar miedo era desaparecer, evitar los grandes titulares, las propuestas rompedoras, las polémicas, conseguir que todo el foco se pusiera en Zapatero. Hacer de las elecciones un plebiscito al presidente. Ocultarse.

Hasta los más escépticos con esa estrategia de perfil bajo se rinden ante los resultados del domingo. Aunque la mayoría insiste en que hay que mirar bien los datos para hacer un análisis real. El PP no ha subido mucho -dos puntos, medio millón de votos-, es el PSOE el que se ha desplomado al perder un millón y medio de apoyos. Esto es, según la tesis arriolista, pierde el Gobierno, no gana la oposición. Todo conduce al mismo punto, la respuesta para todo en la planta séptima de Génova: "Hay que esperar, darle tiempo al tiempo. No se pueden ganar unas elecciones si la gente no está enfadada con el Gobierno, Eso cuesta un tiempo y ha llegado".

Otros que conocen bien la trayectoria de Rajoy, un hombre que nunca ha pedido ningún puesto -como mucho hacía que se supiera lo que ansiaba pero por vericuetos indirectos- le ven como un alto funcionario clásico, hijo de un juez que presidió la Audiencia Provincial de Pontevedra, que cree más que nadie en la jerarquía y la estructura de poder. Y por eso estaba convencido que, una vez llegado a presidente del PP, nadie podría descabalgarle, y que el puesto hace al hombre: si eres líder del PP, tarde o temprano serás presidente del Gobierno.

Incluso los escépticos que admiten el éxito tienen una queja: "Rajoy tenía razón, en España es más fácil ganar unas elecciones sin hacer nada que buscando la victoria. Ahora, ¿merece la pena estar en política para eso? Algunos creen que sí, yo no lo veo", sentencia un veterano.

Rajoy abandonó en 2008 ese discurso de las esencias y los valores del PP que tanto gusta al aznarismo. Ha tratado de desdibujar la imagen de la derecha para no dar miedo, aunque nunca desautoriza los extremos, y a veces hasta los alienta en dirigentes de su equipo, como Dolores de Cospedal o Esteban González Pons, para contentar a un cierto tipo de electorado. Aznar está muy molesto con esta estrategia -"necesitamos un programa claro que sea inconfundible del PP, marcado a vivos colores", dijo hace solo un mes-, pero también parece resignado ante el éxito de Rajoy.

Algunos aznaristas recuerdan que el expresidente nombró sucesor a Rajoy porque no tenía perfil propio, porque era controlable, al contrario que Rato, y porque suavizaba la imagen del PP cuando más claro era el rechazo a Aznar. "Ya entonces estaba pensado para no asustar al electorado. Se sabía mal candidato, pero se suponía que si habíamos empatado en municipales pese a la guerra de Irak, la victoria era fácil", recuerda un veterano.

Los marianistas explican de manera clara la estrategia de perfil bajo de Rajoy. "En condiciones de igualdad, la izquierda gana en España, sociológicamente es mayoritaria. Solo podemos ganar con una desmovilización de una parte, además del trasvase por el centro. Si la izquierda va a votar en pleno, como en 2004 y 2008, perdemos. Por eso Mariano no sube el diapasón ni cuando gana, como el domingo. No hay que asustar".

Ha tardado en llegar, pero todo ha salido mucho mejor de lo esperado. "Lo único que tiene que hacer es no cometer errores, no arriesgar. Y eso sabe hacerlo. Rajoy es como un equipo italiano, le cuesta mucho jugar al ataque, sacar ventaja, pero una vez que la tiene, sabe conservarla. Y la crisis es una ventaja tan grande, que es casi imposible que se le escape el partido" resume uno. "No es un hombre de acción, carece de esa energía para cambiar las cosas, pero es un especialista en fusionarse en el ecosistema y sacarle ventaja. No la va a perder", resume otro.

Ahora todos están convencidos de que la victoria está hecha. Él incluso está aprendiendo inglés para prepararse para La Moncloa. Solo preocupa una cosa. Los gobiernos autonómicos, casi todos ahora en manos del PP, gestionan el gasto social y se van a enfrentar a grandes dificultades financieras.

Rajoy ha dado una orden clara: hay que hacer recortes de gasto superfluo, sí, batallas de imagen, como reducir consejerías o altos cargos, y echar la culpa a los anteriores y a Zapatero de que no haya dinero, pero nada de entrar al tajo en serio, tocar sueldos de médicos y maestros como pasó en Cataluña o Murcia. Hay que evitar que salga gente a la calle, aunque si se cumplen algunas promesas electorales, habrá protestas. Eso, si hiciera falta, vendrá después de las elecciones, que en Génova empiezan a vislumbrar para el otoño.

El propio Rajoy es plenamente consciente, según coinciden en su entorno, de que en La Moncloa tendrá que tomar medidas con mucha contestación social. Algunos incluso plantean un escenario con un par de huelgas generales en los primeros meses. Pero lo importante, para la estrategia de bajo perfil, es que todo eso llegue cuando las elecciones hayan pasado, que la movilización de la izquierda sea en la calle y no en las urnas.

El líder, mientras, no piensa mover un ápice la estrategia. En su entorno todos han estudiado el caso del inglés David Cameron, que se hundió en las encuestas y tuvo que gobernar en coalición por ser demasiado claro con su plan de Gobierno antes de los comicios. Eso hace que el líder del PP a veces no logre muchos titulares. Pero a él no le importa. Al revés.

Quiere llegar a La Moncloa disimulando, sin que se entere esa izquierda que le ha derrotado dos veces. Desaparecer, no llamar la atención. Una vez se quejaba del tratamiento de la prensa. Le hicieron la broma: bueno, que hablen de ti, aunque sea mal ¿no? "Pero si yo lo que quiero es que no hablen de mí", remató con su ironía. Y así, a La Moncloa, sin que se note mucho.

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