jueves, 24 de febrero de 2011

Todo el mundo se sueña escritor.

Tanto en México como en Guatemala, es un acto heroico crear un taller de literatura para principiantes.

Si partimos de la premisa (falsa, a todas luces) que sostiene que todo el mundo se muere por escribir una novela en su vida, nos vamos a dar de bruces muy pronto.

En los más de veinte años que tengo coordinando talleres de creación literaria, en el Distrito Federal, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que es probable que todos sueñen con escribir un poema, un cuento o una novela, pero a la hora de la verdad no hay talentos suficientes para emprender esta actividad con seriedad y disciplina.

Las personas se inscriben entusiasmados al máximo, y casi siempre este fenómeno se produce a principio del año, como si fuera un propósito de año nuevo. Se inscriben, asisten unas cuantas sesiones y se retiran sin decir nada, y sin haber escrito nada meritorio todavía.

Los dejo hacer los ejercicios de escritura en casa, con el debido tiempo necesario para que la creación aflore abundantemente, y cuando llega el día de la clase o sesión, los participantes se enfrascan en redactar cualquier cosa sobre las rodillas, una media hora antes de iniciar el taller. Es obvio que el resultado de un ejercicio literario hecho al vapor, con prisas, resulta un verdadero fiasco.

Lo más difícil de lograr en un taller de creación literaria es que los participantes se comprometan a asistir puntualmente y que cumplan cabalmente con las tareas asignadas. Lo que ocurre es que no tienen disciplina para escribir ni constancia.

La frustración para quien coordina un taller literario es que la deserción es enorme y son muy pocos los que de verdad quieren escribir y se comprometen a ello.

Ayer inicié un taller de Mini-ficción en Guatemala, en el que quiero enseñar a escribir cuentos breves, historias o narraciones que no rebasen una cuartilla de papel. La curiosidad de muchos hizo que se anotaran como participantes en ese taller, pero a la hora de la verdad, fueron pocos los que en realidad asistieron con deseos de aprender esta técnica de la brevedad en el relato.

Yo continuo adelante en mi propósito de enseñar a leer y escribir, a quienes así lo deseen y tengan una vocación definida.

Siento que es una labor quijotesca, esa la de armar talleres de creación literaria, pese a que los costos son simbólicos para quitar excusas para asistir.

Espero tener éxito relativo y pulir a algunos talentos guatemaltecos comprometidos con la literatura.

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