sábado, 29 de enero de 2011

Norman Foster, un arquitecto especial.

Norman Foster nació en el lado equivocado de las vías que separaban el centro de Manchester de los húmedos suburbios. Hijo de una camarera y del dueño de una tienda de empeño, el arquitecto creció con la ambición de huir de su suerte y con la desazón de discrepar del conformismo de sus padres.

Robert y Lillian Foster estaban orgullosos de que su único hijo consiguiera trabajo en el Ayuntamiento tras hacerlo en una panadería y en un garaje. Corría el año 1957 y Foster tenía 22 años. La familia ascendía socialmente, pero tantas horas encerrado ahogaron pronto al joven.

Su biógrafo: "De ninguna manera se trata de un hombre de izquierdas"
No había teléfono en casa de los Foster. Tampoco libros. La televisión no existía. Leían el Manchester Evening News. Foster no fue un chico alegre. Vivía con la sensación de estar siempre fuera de sitio: sabía demasiado para jugar con los chicos de su barrio pero no lograba codearse con naturalidad con sus compañeros de instituto.

Una fotografía en blanco y negro retrata a la familia en aquellos años. Con sus mejores galas, posan sobre un puente. Sus padres, devotamente entregados, malvivían de trabajos mal pagados. "Ellos fallaron en lo que trataron de hacer con sus vidas. Él no iba a hacer lo mismo", escribe Deyan Sudjic en Norman Foster, arquitectura y vida (que la editorial Turner pondrá a la venta en marzo).

Arquitecto y director del Design Museum de Londres, Sudjic retrata a un hombre con una circunstancia de tan escaso futuro que se ve abocado a convertirse en un personaje del futuro.

América era el lugar que le permitiría escapar de la frustración que sentía en Inglaterra: "En América uno puede borrar el incómodo pasado y empezar de nuevo. El éxito allí dependería solo de su talento. Ir era reinventarse".

Tanto el azar que lo llevó a ser arquitecto -cuando un psicólogo sugirió que buscara empleo en "algo creativo"- como el empeño en serlo -copiando por la noche los dibujos de sus compañeros en la firma donde trabajaba como administrativo- están presentes en el libro.

También lo están la decisión de no ser piloto por no tener dinero para comprar un aeroplano, el hueco que supo encontrar en la descuidada arquitectura industrial, su asociación y matrimonio con Wendy Foster, el primer estudio-vivienda en Hampstead -donde un cajón cubría la cama para mostrar los proyectos- y la muerte de Wendy cuando realizaban el Hong Kong and Shanghai Bank, el rascacielos que lo lanzó internacionalmente en 1985.

Igualmente, el cáncer que padeció Foster se desveló -en la edición inglesa de esta biografía- por primera vez.

Los dos aspectos de la naturaleza de Foster, la clarividencia y el pragmatismo, organizan una biografía que, como la propia vida del arquitecto, tiene dos mitades: el camino hacia la cumbre y la vida en la cima. El camino es, evidentemente, mucho más interesante.

Tal vez por eso, la pregunta que Sudjic no logra contestar es qué hizo que su biografiado "pasara de producir pocas obras maestras a levantar muchos edificios de calidad, pero también algunas obras torpes". Desde Londres, Sudjic explica que "pudo ser el miedo a afrontar problemas financieros".

Precisamente porque la huida, más que la ambición, está presente en la primera mitad de esta biografía, sorprende que, tras una titánica escalada vital, Foster nunca se haya preocupado de cuantos quedaron atrás, en el lado equivocado de la vía. No le ha interesado hacer arquitectura para los pobres.

"Algo hizo", matiza Sudjic. "En Milton Keynes levantó unas viviendas sociales que fueron un fracaso técnico. Pero... de ninguna manera se trata de un hombre de izquierdas".

Sí parecía serlo cuando se preocupó de que en el Banco de Hong Kong, los oficinistas tuvieran luz natural. Los 50 mil obreros que levantaron en un tiempo récord su aeropuerto de Pekín, el mayor del mundo, no corrieron la misma suerte. El libro describe con sutileza pero con datos esas contradicciones. En la segunda parte, la velocidad es de vértigo.

Los proyectos proliferan a escala mundial y hasta que el arquitecto toma las riendas financieras de su empresa, ésta pierde dinero. Es la vida de un fenómeno y hay pocas palabras para lo personal. Apenas una frase para su segundo matrimonio y poco más de un párrafo para las virtudes de Elena Ochoa.

Fue Foster quien invitó a Sudjic a escribir su biografía. Éste aceptó porque lo considera "un hombre extraordinario que ha conseguido logros extraordinarios". También porque nunca había escrito biografía. El resultado es el intento del autor de comprender lo que Foster quiere. Qué le ha dado la energía y la motivación para hacer lo que ha hecho. Y la respuesta parece estar más en la huida que en la cima.

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