miércoles, 29 de diciembre de 2010

Yessenia, mi vida de anoréxica.

Yessenia, partiendo del 0 hasta el 10, ¿cuánto te duele?

Ella, sentada en un sofá de la Clínica de la U. Católica, vestida con una bata blanca que le esconde con dificultad el esqueleto y con unas pantuflas rosadas, levanta una cabeza que hoy parece desproporcionada para su diminuto cuerpo, mira al kinesiólogo y le dice:

No sé. A veces mucho, a veces menos.

Su vida desde siempre ha estado cruzada por números: 200 mil pesos vale un día cama y Fonasa D no le cubre ni 10 mil; 24 kilos pesaba el 18 de noviembre, fecha de la última de las 25 hospitalizaciones que suma en 8 años; 1,8 es su nivel actual de potasio, cuando lo normal es 3,5 y 5. Eso, médicamente, tal como se lee en su ficha, no es compatible con la vida, cualquier persona normal sufriría un ataque cardiaco en el acto. Ella, con su cuerpo acostumbrado a vivir de lo mínimo, aguanta.

Yessenia no necesitaba el resultado de un examen para saber eso, porque hace un mes decidió que estaba lista para morir: se fue a acostar a la cama de sus papás, a esperar que, finalmente, su cuerpo colapsara. Le dijo a su mamá que cuando eso ocurriera, iniciara una fundación contra la anorexia con su nombre y que construya un hospital, pero que acepte sólo a niñas pobres. Ella le hizo cariño. Le sorprendió lo helada que estaba.

Cuando tenía 12 años Yessenia completó su primera dieta: empezó a comer sólo ensaladas, a hacer abdominales y a bailar por horas en su pieza para bajar de peso. A los 13 tomaba puro té y agua y comenzó a vomitar los pocos sólidos que se metía en la boca. Su mamá estaba todo el día afuera y, al volver, se encontraba con el lavamanos tapado, sin una explicación lógica.

De accidente se dio cuenta de la gravedad del problema: se cortó los tendones de tres dedos de la mano derecha empacando en una empresa frutícula y cuando cumplió la licencia en la casa, vio lo evidente: Yessenia no comía nada.

Comenzó ahí su desfile por centros del sistema público de salud, que no tiene a la anorexia en la lista de enfermedades cubiertas por el AUGE, básicamente porque afecta a un número menor de la población en relación a otros trastornos crónicos, como la depresión.

En el Ministerio de Salud no hay datos actualizados de casos que acoge anualmente. El último es de 2007: 138 hospitalizaciones. Yessenia es uno de esos números. A nivel de clínicas privadas, nadie siquiera lleva la cuenta: la Sociedad de Trastornos Alimenticios recién está empezando a recopilar casos y a reunir a los pocos especialistas en el tema, no más de cuatro equipos en el país. Asume, de todas formas, que las cifras no deberían ser muy distintas a otros países de la región: alrededor de un 0,3 por ciento de la población total. En Chile serían 50 mil personas.

Yessenia pasó por el Borja Arriarán, el Ezequiel González Cortés y el Barros Luco, pero su centro de operaciones fue el Hospital El Pino, que le correspondía por vivir en San Bernardo. Ahí ha sido hospitalizada varias veces con una rutina más o menos similar: llegaba con un peso crítico, la obligaban a alimentarse, con sondas incluso, hasta que obtenía el alta. Otras veces ella misma lo pedía.

Le puedo decir que todo lo que le hemos ofrecido, casi 50 atenciones, medicamentos, varios doctores, no ha servido de nada. Esto es un trastorno mental, como la drogadicción, y hay pacientes que simplemente no tienen mejora posible si no hacen consciencia del problema.

Y así no hay nada que podamos hacer por ella, y no es culpa del sistema público. Este caso nos preocupa porque puede terminar mal defiende el doctor Juan Manuel Poso, director de El Pino, quien dice que el problema no es de plata, ni de falta de especialista: es que ella nunca estuvo dispuesta a sanarse.

Dice también que, en un punto, le ofrecieron una solución definitiva: internarla en El Peral. La familia y la propia Yessenia no estuvieron de acuerdo: no veían cómo convivir con esquizofrénicos y casos psiquiátricos aún más graves podían ayudarla a volver a comer.

Pueden tener razón, pero no hay que estigmatizar el lugar. Ni se puede morder la mano que te da de comer. Si uno tiene plata para pagar una clínica privada equis, está bien. Si no, hay que aprovechar lo que hay.

Entremedio Yessenia tenía horas con psiquiatras y psicólogos para intentar abordar el problema de fondo.

-Al final eran sesiones de 10 minutos. Me preguntaban: Yessenia, ¿cómo has estado? ¿has comido? ¿has vomitado? Trata de comer más, un gusto verte, pide la próxima hora. Además, me cambiaban los psiquiatras a cada rato. No es fácil para un paciente llegar y contarle las cosas a gente distinta, en sesiones así de cortas.

Cuando alguien le pregunta por qué cree que empezó su trastorno, Yessenia suelta rápido, de memoria, anécdotas de infancia; compañeras de colegio que le decían gorda y unas tías que la martirizaban. Debajo de eso, como en muchos de estos casos, hay una historia de abuso sexual, de la que no le gusta hablar.

Antes, cuando ella era una niña, su familia vivía en San Ramón, en una casa con otras 20 personas, entre familiares y allegados que entraban y salían. Ahí pasó.

-Cuesta contarlo y aceptarlo, pero después de eso no quería tener un cuerpo de mujer. No quería que me crecieran ni las pechugas ni el poto (nalgas), quería ser una pendeja (niña) para siempre.

Desde los 11 años que Yessenia no menstrúa.

Milagro caminante

En 2006, ya angustiada por el poco progreso, su mamá aceptó que el programa Cara y Sello de Mega le hiciera un seguimiento por los tres meses que iba a pasar internada en la clínica privada Mater, cerca del Estadio Nacional.

Ahora no quiere ver esas imágenes: Yessenia pasaba todo el día con altas dosis de antidepresivos y no podía ni sostener la cuchara para intentar alimentarse. En un punto, no podía ni hablar. Apenas dos recuerdos le quedaron a ella de esa temporada: le daban a veces de almuerzo papas con arroz y el día que decidió irse, cuando el programa de TV se había llevado sus cámaras. A las 6:10 de la mañana salió a tomar micro en su pijama rosado rumbo a San Bernardo.

Yessenia ya tenía su vida en trozos: por las continuas hospitalizaciones tuvo que dejar el colegio en primero medio, para retomarlo recién en 2009, cuando se graduó en un dos por uno con un seis de promedio.

Su vida familiar también se resintió: su mamá dejó de trabajar en la feria para dedicarle más tiempo; su papá, que nunca ha superado del todo la culpa que siente por el episodio del abuso, trabaja habitualmente fuera de Santiago, y su hermana menor, María José, se sintió olvidada y desarrolló en desorden alimenticio opuesto: mide poco más de un metro cincuenta y pesa casi 80 kilos.

El verano de 2010 Yessenia llegó a los 28 kilos, se internó, volvió a su promedio de 33 kilos y fue dada de alta. Pero para octubre, y a pesar de los siete controles que se hizo en El Pino durante ese periodo, estaba peor que nunca tras perder ocho kilos en un mes: el día 26, pesando 27 kilos, acudió a su psiquiatra en El Pino, porque se sentía mal y quería internarse.

Dice que la vio y que le dio una hora para tres meses más. Desesperada fue incluso a un SAPU, dónde le pusieron suero. Intentó varias veces que la internaran en el Barros Luco, sin éxito. El 12 de noviembre, pesando 24, casi sin poder caminar, llegó a Urgencia del mismo hospital: esperó cinco horas y media, no le hicieron ningún examen, no la pesaron y le dijeron que su enfermedad era crónica, que no correspondía un ingreso por urgencia.

La visita está en los registros del Barros Luco, la evaluación previa a la atención la calificó como C3, o sea, sin prioridad inmediata. La espera, dicen, es propia del colapso de la Urgencia.

Ahí fue que se rindió y decidió hundirse en su cama. Su mamá pasó dos noches sin dormir, pidió cinco mil pesos prestados y compró un bono para atenderse en una clínica privada de San Bernardo.

La vio la nutricionista Silvia Bastías.
-Nunca me había tocado un caso tan extremo. Creí que se iba a morir ahí mismo en la consulta, era un milagro caminante. Vi su ficha y no podía creerlo: lo único que se le había hecho en ocho años era realimentarla, jamás tratarle su enfermedad. Pasaron años suministrándole remedios para la depresión, anorexígenos muchos de ellos, que sólo la hacían comer menos. Su familia tampoco tenía la orientación mínima para lidiar con su enfermedad.

Tomó el caso. Llamó a sus contactos en la red del sistema público para lograr que la internaran en algún lugar y nadie estaba dispuesto a tomarla.

-En el Psiquiátrico, dónde está el único equipo especializado en trastornos alimenticios de la red, me dijeron que no tenían camas y que la llevara para que le echaran un ojo. Yo creo que no hubiese ni aguantado el viaje en micro.
La nutricionista hizo lo último que se le ocurrió: entró a la página de Chilevisión y dejó un post en los reclamos contando el caso.

Una periodista lo leyó e hizo una nota de 2:14 minutos para el noticiario. Yessenia se levantó únicamente para eso.
En la tele lo que se veía era alguien de 20 años muriéndose.

La gente el Hospital El Pino estaba mirando: se impacto por el estado de Yessenia y fueron hasta su casa el 15 de noviembre, según ellos para convencerla de que volviera al tratamiento. Su mamá cree que tenían otras intenciones. Una cosa salió de la reunión: Yessenia firmó un documento en el que renunciaba formalmente a recibir cualquier tratamiento del sistema público. Eso exime al hospital de responsabilidad ante cualquier desgracia.

¿Por qué no comes?

Gassi Sukni, empresario metalúrgico, también estaba mirando esa noche. No tenía ninguna cercanía con el tema de la anorexia. Al día siguiente tomó contacto con el canal, quienes lo conectaron con la nutricionista. Esto le preguntó la primera vez que hablaron:

¿Cuánto tenemos antes que la Yessenia se muera?
Poco, unos días.
Ya, déjeme verlo. Pero no quiero más sistema público para ella.

Al cuarto día estaban todos en la entrada de la Clínica UC. Sukni dejó un pagaré y asumió todos los costos de la hospitalización, con la única condición de que Yessenia no dejara botado el tratamiento.

Pero al final el tratamiento la botó a ella: el lunes pasado se tuvo que ir a su casa, cuando el empresario, con una cuenta de diez millones de pesos por pagar, entendió que no podría hacerse cargo él solo de los seis meses que tardaría una recuperación completa.

Logramos salvarle la vida, pero llegué a un punto crítico financiero y nadie más quiso colaborar. Lo peor es que se puede perder todo este esfuerzo -dice Sukni, una de los pocas visitas que Yessenia recibió regularmente en la clínica. La última vez le dejó un oso de peluche.

Su mamá trataba de ir todos los días: partía en Transantiago desde San Bernardo, pagaba el pasaje sólo a veces, se bajaba en Nataniel y caminaba 15 cuadras para llegar a Lira. En la ficha de ingreso no aparece como responsable de Yessenia: el equipo de psicólogos de la clínica determinó que no estaba apta para su cuidado después que le encontraran un cuchillo en su cartera. Ella se defendió diciendo que lo llevaba para cortar el pan que almorzaba cada mediodía. La nutricionista y Sukni quedaron como sus tutores.

Yessenia requiere vigilancia las 24 horas: en la clínica dos cuidadoras hacían turno para el trabajo, cobrando 16 mil pesos. Dice que gracias a eso no vomitó. En su casa será imposible monitorearla así.

Un plato con pollo picado y verduras, en porciones muy moderadas, la espera al lado de la cama.

-La gente dice: tú único remedio es comer, entonces ¿por qué no comes? No entienden lo que le pasa a uno: yo me como un pan y siento como me baja por el cuerpo. Tomo un vaso de agua y siento que me crece la guata (panza), que me hincho. No es llegar y abrir la boca. Acepté mi enfermedad, pero siempre un bicho adentro me dice: no comai, no comai. Sé que puede sonar loco desde afuera, pero así es. Soy un espécimen raro.

Sólo piel y huesos

Doscientos dieciséis amigos tiene Yessenia en Facebook; ninguno en la vida real, aclara. De ellos varias son niñas anoréxicas a las que conoció a través de una página web que da consejos para perder peso rápido y sin que los papás se enteren. Ese acceso a información ha sido clave, según la psiquiatra Dafne Díaz-Tendero, una de las pocas especialistas del país, para que la enfermedad se haya propagado en los sectores más populares.

En el sitio se lee:

Cuando estés comiendo lee esto!! Te funcionara a menos que seas una cerda o un cerdito:

¿Por qué estás comiendo?... Deja eso...

¿Estás realmente hambrienta?

¿O sólo anhelas los chocolates?

El 75 por ciento de comer excesivamente es causado por comilonas emocionales: tensión, ansiedad, aburrimiento, depresión...

No gracias a la comida, sí por favor a la delgadez. Nada sabe mejor que sentirse flaca.

No comas si no tienes hambre!! Hambrientos son los niños que están en Africa... tu sólo te sientes "como hambrienta" ahora.

¿Quieres ser gorda o quieres ser delgada? ¿Bailarina o ballena?

La resignación es el suicidio cotidiano.

Yessenia dice que algunos días está segura que logrará recuperarse y que en otros no tiene ganas de pelear más. Ahí fantasea de nuevo con un hospital que lleve su nombre y que ayude a niñas pobres en el futuro. La nutricionista le cuenta que la mejor forma de ayudar, es recuperándose ella misma.

Nadie puede ponerse en tu lugar, saber lo malo que te ha pasado. Pero tienes dos alternativas: dejar que eso te hunda, como te ha hundido estos ocho años. La otra es salir, a pesar de todo. Tú tienes que elegir.

Once coma 25 es su porcentaje de masa muscular. En la práctica eso es no tener músculos, sólo piel y huesos. Su cuerpo se comió todas las reservas. Tiene osteoporosis, sus riñones le están fallando y se le han roto varias muelas. Más se le caerán con el correr de los meses. Todos esos procesos son irreversibles. El daño está hecho.

Yessenia camina con los pies de lado, casi no pisa con la planta: sus articulaciones se le encogieron por la falta de actividad. Camina junto al kinesiólogo, que le pregunta, de nuevo, qué le duele.

La cadera y las rodillas.

Van a dar una vuelta por el pasillo. Yessenia vuelve, cansada, a los 10 minutos.

En su velador hay un cuaderno nuevo, recién comprado. La nutricionista se lo dejó ahí para que empezara a escribir un libro, a contar su historia, todo lo que le ha pasado, lo poco bueno, lo mucho malo, sea cuál sea el final. Ella dice que no tiene ganas ni siquiera de empezar. Ni esta tarde. Ni mañana. Ni nunca.

"Me cambiaban los psiquiatras a cada rato. No es fácil para un paciente llegar y contarle las cosas a gente distinta, en sesiones así de cortas".

"Yo me como un pan y siento como me baja por el cuerpo. Tomo un vaso de agua y siento que me crece la guata, que me hincho. No es llegar y abrir la boca".

"Acepté mi enfermedad, pero siempre un bicho adentro me dice: no comai, no comai. Sé que puede sonar loco desde afuera, pero así es. Soy un espécimen raro", dice Yessenia. En la foto superior de la derecha, junto a su madre, que dejó de trabajar en la feria para dedicarle más tiempo.

1 comentario:

  1. Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor ambiente, por favor comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com también puede llamar o WhatsApp +2348052394128

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