miércoles, 29 de diciembre de 2010

Leer a Bukowsky a los 11 años.

Regalarle a una niña de 11 años La senda del perdedor de Bukowsky es una apuesta cuando menos arriesgada. Es posible que salga mal. La beneficiaria del presente puede despendolarse: sexo, drogas y frustración mucho antes de lo debido. O puede salir bien y cuando llegue a la complicada adolescencia actuará con más madurez de lo habitual, porque en cierto modo ya estará de vuelta de muchas cosas.

Al padre de la poetisa Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) la jugada le funcionó. “Él es profesor de instituto y conoce bien los problemas de los adolescentes. Fue muy listo cuando me dio este libro”, explica ella.

Luna Miguel siempre le estará agradecida al áspero autor de la La máquina de follar. Fue él quien le dio cuerda al engranaje de las curiosidades literarias: “Gracias a él se me despertaron realmente las ganas de leer.

Bukowsky me llevó a la generación Beat, y luego a Hemingway...”. Empezó a devorar libros, encerrada en su habitación, durante dos años. Es algo que no hubiera sucedido si el cebo hubiesen sido los escritores y los títulos fijados en el plan lectivo: Machado, Don Álvaro y la fuerza del sino...

“A una chica joven como yo le llamaban más la atención las primeras experiencias sexuales relatadas por Bukowsky”, confiesa. Así que recorrió el camino al revés: primero los contemporáneos, más o menos salvajes, y luego los clásicos, con sus verdades universales a cuestas.

No fue hasta los 13 años, sin embargo, cuando se puso a escribir sus propios poemas. “El primero, para mí, es uno que titulé Abeja maya. Lo escribí cuando me faltaban tres días para cumplir 14. Contaba que iba a dejar de ser una niña y cosas así. Entonces tenía mucha influencia sobre mí Elena Medel”.

La poeta cordobesa, amiga de los padres de Luna Miguel, responsables de la editorial El Gaviero, marcó con su poemario Mi primer bikini a la adolescente. “Me sorprendió que alguien también tan joven -ella sólo tiene cinco años más que yo- tuviera esa pasión por la poesía y esa capacidad para hacer leer a los demás”.

Ese ejemplo actuó como catalizador de su ansia por escribir poesía. Todo surgió encadenado: “Tenía muchas ganas de comunicarme con ella, de pasarle todo lo que escribía, me enamoré por primera vez y tuve un profesor que me dejaba libros de Lorca, Ángel González, Valente...”. Ahí se empezó a hacer poeta.

Con 20 años recién cumplidos tiene ya dos poemarios publicados. Estar enfermo (La bella Varsovia) es el primero, escrito entre los 15 y los 17. Luna Miguel es diabética y tiene propensión a contraer enfermedades, una adversidad que se cuela recurrentemente en su obra.

El segundo acaba de salir a la venta. Poetry is not dead ya desde el título dispara una idea precisa: “No es verdad eso de que los poetas jóvenes de ahora no merecen la pena. Eso son chorradas. El panorama poético español no está muerto, basta sólo asomarse a los blogs para comprobarlo...”

El libro destila una rabia punk. Las voces de Bolaño, Foster Wallace, Virginia Wolf, Sylvia Plath y Valente se entrecruzan en sus páginas. Fluidos varios (menstruales, seminales, vómitos...) engrasan la lectura.

Pero sobre la sordidez del mundo de ahí afuera (de las ciudades periféricas, de los autobuses que las conectan de noche, de las clases aburridas en la Facultad de Periodismo...) intenta alzarse una mirada que busca desesperadamente la pureza. Sólo que en Luna Miguel la pureza no tiene nada que ver con la candidez.

Es más bien todo lo contrario. En la cita de Maite Dono que utiliza como pórtico del libro lo deja bien claro: Qué es la pureza? / Tú lo sabes? / Jódeme. Leer a Bukowsky a los 11 años tiene efectos secundarios, sí.

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