lunes, 13 de septiembre de 2010

Un encuentro del primer tipo.

Estaban sentados plácidamente conversando en una pizzería del Trastevere, frente a la bella iglesia de Santa María, en ese lugar que a ella le fascina tanto, Margherita.Ella eligió ese sitio por sus delicadas pizzas y vinos tintos de buena calidad, además es un lugar pequeño decorado en un estilo minimalista, y lo más importante es que no tiene música ambiental.

Orianna trabaja como reportera para la RAI, la cadena televisiva más importante de Italia, y le encomendaron entrevistar al escritor mexicano Carlos Montemayor, con motivo de la publicación de su más reciente novela La Brenda. Una mujer de armas tomar, traducida al italiano.

Carlos Montemayor ambientó su última novela en la ciudad de Florencia, lugar que conoce a la perfección por haber estudiado ahí un posgrado en Historia del Arte.

La reportera llegó acompañada de su camarógrafo y un ayudante, quienes grabaron toda la entrevista, que duró media hora, luego se fueron a editar el material a la estación de televisión. El jefe de Orianna le ordenó que hiciera un buen trabajo con esa entrevista, porque así se lo había solicitado el Agregado Cultural de la Embajada de México en Roma. El embajador mexicano es amigo personal de Silvio Berlusconi, dueño de la RAI.

Orianna quería quedar bien con su jefe y se prodigó con el escritor mexicano, al grado que ella ofreció pagar la cena. Ella le relató a Carlos Montemayor, el origen de la pizza Margherita. Dijo ella, que en 1898 para conmemorar la visita de la Reina margherita de Savoia a Nápoles, Raffaele Espósito, pizzaiolo de tradición, preparó una pizza de queso mozzarella, albahaca y tomates imitando los colores de la bandera italiana.

A su vez Carlos Montemayor, quiso impresionar a Orianna con la historia de los Chiles en Nogada, que curiosamente tiene un antecedente similar a la de la pizza Margherita. También para agradar al emperador Maximiliano le crearon unos chiles decorados con los colores de la bandera mexicana.

Orianna seleccionó el menú para ambos, él no opuso ninguna resistencia. Cenaron una insalata caprese, una pizza Margherita y otra capricciosa. Y una botella de vino tinto, de la cual extrajeron cuatro copas rebosantes.

La pizzería es pequeña y tiene el horno dentro del local, lo que provoca un ambiente cálido y oloroso a especias. Tiene solamente cuatro mesas y siempre está repleto de parejas de jóvenes quienes dejan fuera, a la vista, sus motos Vespas y sus cascos.

El efecto del vino tinto y la conversación amena, surtieron su efecto en poner los cuerpos en disposición de experimentar nuevas sensaciones. Ambos estaban sonrientes, contentos por ese encuentro, que ella se encargó de que fuera inolvidable, al proponerle una buena cena, sencilla y deliciosa.

A las 11 de la noche, la pizzería dispone que sus meseros empiecen a levantar los platos y las copas de las mesas, y a cobrar las cuentas pendientes, siempre con la sonrisa fresca de su dueña.

Orianna al salir de esa pizzería dispuso que caminaran por las callejuelas del barrio bohemio del Trastevere, a lo cual Carlos Montemayor decidió seguir la caminata del brazo de ella, caminando lentamente por el adoquinado de sus calles.

las risas y los comentarios sobre la vida en Roma, causaron en ella una grata impresión, el escritor mexicano era su primer viaje a Italia, y preguntaba todo lo que le llamaba la atención de esa cultura milenaria.

Orianna vive en el Trastevere, muy cerca del río Tiber. Sin pretender nada, de un modo natural, Orianna llegó hasta la puerta de su departamento, del brazo fuerte de Carlos Montemayor.

Ella, con su linda sonrisa, le planteó al mexicano: "¿te apetece tomar un té?" El solamente alcanzó a musitar, sí.

La conversación continuó en la sala del departamento, hablaron de sus vidas privadas. Ella tenía pareja, un periodista asignado ahora a Afganistán; él le confesó que tenía esposa y tres hijos menores, a los cuales amaban con todo su corazón.

La madrugada cubría el Trastevere con una densa neblina, sus calles se encontraban vacías de gente y de motos, el bullicio habitual cesó de momento.

Abrazados sobre la cama terminaron, muy calientitos, una larga jornada de trabajo. No paraban de suspirar sin poder conciliar sus sueños, muchas ideas revoloteaban por sus mentes, que les impedían cerrar los ojos y entregarse al sueño reparador.

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