viernes, 24 de septiembre de 2010

María Elena, la mujer de mis sueños.

En los inicios de los años noventa, un grupo de psicoanalistas lacanianos nos reuníamos cada martes a las 8 de la noche, en una casona vetusta de la colonia Roma, en la calle de Tuxpan 27.

Es un rito de los lacanianos discutir en largas jornadas los textos incomprensibles que escribió Lacan, tratando de hallar una luz en ese túnel tan oscuro, por lo que nos juntamos siempre en torno a alguien que sí sabe entender el lenguaje lacaniano y nos lo explica en su propia versión.

Por años nos reuniamos una docena de lacanianos, como si fueramos una tribu, a escuchar disertaciones aburridas de parte de los gurus, la mayoría de ellas,
pero que nos permitía el intercambio de experiencias entre colegas. Esto en los recesos obligados para tomar café y galletas.

Todos nos conocíamos a la perfección, somos tan pocos, pero no faltaba la ocasión en que aparecía alguien "extraño" invitado por otro colega para participar en el debate.

Lo recuerdo nítidamente, era un martes a las 8 de la noche del mes de diciembre, todos ibamos muy abrigados el frío era intenso, cuando de pronto apareció una bella mujer morena, de unos 30 años, vestida elegantemente con una estola de zorro sobre sus hombros, el resto de su vestuario era de cuero negro, y una botas negras muy altas, hasta la rodilla. Su cabello corto, recortado con un fleco simpático. Ella se mostraba muy segura de si misma, en medio de una tribu endogámica, pero no era colega, si no simplemente una mujer curiosa del mundo del psicoanálisis.

No recuerdo quien la llevó en esa ocasión, seguro fue una de mis colegas, había una mayoría de mujeres, abundan las mujeres psicoanalistas en México.

Al presentarse ante el grupo dijo me llamo María Elena y quiero participar con ustedes, ya leí algo sobre Lacan y no entendí absolutamente nada. La carcajada fue general, nosotros tampoco comprendíamos todo el discurso lacaniano.

En fin, en los recesos para el café y las galletitas, los otros dos varones del grupo, de inmediato acaparaban a la misteriosa María Elena, la hacían reir con sus chascarrillos ocurrentes, ella se veía muy complacida en ese ambiente intelectual y sofisticado.

La elegancia en el vestir de María Elena era proverbial, siempre mantuvo un discreto encanto en su arreglo personal; cuidaba en exceso su cabello, siempre recortado a la perfección, el fleco y los costados que solamente le cubrían hasta las orejas. Me recordaba ella, ahora, una película francesa llamada Amélie.

En esa época de mi vida vivía un turbulento amorío con una bella colega judía. Sin embargo, me perturbaba demasiado la presencia de María Elena en el Seminario de Lacan, no podía dejar de observarla todo el tiempo que duraba la sesión, yo me colocaba detrás de ella y le miraba detenidamente su cabello negro bien recortado, la nuca y su incesante respiración pausada. Además, lograba aspirar los tenues aromas que despedía su clásico Chanel 5.

A mi solo me sonreía a modo de saludo y despedida, nunca pudimos charlar, siempre estaba escoltada por mis colegas que la sentían como de su propiedad.

Al sentarme detrás de ella en el Seminario, abría el cuaderno para apuntar las interpretaciones que hacía el guru todos los martes, pero al poco tiempo dejé de escribir las genialidades acerca de las obras de Lacan, que se decían ahí, para pasar al campo de la poesía. Se me venían a la mente diversas imágenes de Maria Elena que me inspiraban bellas frases y metáforas singulares. Hasta algunos dibujos a tinta, logré trazar en esa libreta que aun conservo entre mis bienes más preciados, después de varios divorcios.

Mis colegas y yo siempre conservamos el orden espacial para ubicarnos en esa pequeña sala del Seminario, siempre sentados en la misma silla y en el mismo lugar. Somos animales de costumbres fijas, no hay duda.

De Lacan casi no aprendí gran cosa pero si de mi gusto por las mujeres hermosas, y también de mi timidez para abordar y seducir al objeto del deseo.

El lunes previo a la sesión del Seminario, me preparé para hablarle a María Elena y decirle lo que ella me inspiraba y las ganas de ser su amigo, porque su ferviente admirador ya lo era. Teníamos ya demasiada familiaridad ella y yo, sin haber mediado palabra alguna. Por eso me dije: ahora es cuando, atrévete.

Ese martes me presenté antes de la hora indicada, me acicalé lo mejor que pude, sin levantar sospechas en mi pareja sentimental de esa época, la colega judía aquella. Con la libreta bajo el brazo, me senté en la silla de siempre, esperando la llegada de María Elena.

Comenzó el Seminario con una invitada especial, una colega argentina muy famosa, la pequeña sala estaba atiborrada, solo quedaba libre la silla de María Elena. Ella nunca llegó, todos nos extrañamos por su ausencia, pero no dijimos más.

María Elena jamás volvió con los lacanianos de la colonia Roma. Sus razones las desconocemos. Simplemente, después de asistir puntualmente por espacio de 8 meses, de pronto nos abandonó a todos, aunque el principal danmificado fui yo porque ese día la iba invitar a salir y pensaba seducirla con unos poemas que había escrito especialmente para ella.

Los poemas los conservó, su imagen también, y de vez en cuando recuerdo su aroma a Chanel 5, cuando me cruzo con alguna mujer elegante como ella.

¿Qué será de su vida?

Yo la sigo manteniendo en mi mente, fresca y jovial, con ese corte de cabello a la francesa...

2 comentarios:

  1. Amelí para mi es una gran inspiración. No hay película que me haya tocado tanto. Tan espontánea. Desde el principio, la introducción me pareció rica y bellamente lograda. Aparecen todos los juegos que yo jugué de niña, me movió tanto adentro. Podré Verla muchas veces mas. Es maravillosa de principio a fin.
    Esta muy linda tu historia. Siempre encuentro algo especial, algo no común en la mayoría de tus escritos, eso es lo que me gusta de leerlos.

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  2. Un amor platónico, qué bonito!!
    Me ha gustado mucho esa manera que tienes tu de describir las circunstancias que rodearon tu conocimiento, más bien tu observación de Maria Elena. Un relato que lees esperanzada en un descenlace favorable a Bolívar.
    Muy entretenida lectura, felicitaciones.

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