jueves, 2 de septiembre de 2010

La Reina de todos y de nadie.

En una bella ciudad del altiplano, todavía se acostumbra a celebrar las fiestas patrias septembrinas, eligiendo una serie de Reinas representativas de la sociedad, que luego desfilan muy orondas por las principales calles y avenidas de la ciudad.

Todas ellas son chicas que provienen de la "Alta Sociedad" local, eso quiere decir en correcto español, que son lindas niñas, bien alimentadas, de tez blanca, altas, educadas en los mejores colegios privados y con apellidos rimbombantes, que todo el mundo identifica con la burguesía local.

Lucrecia I, fue postulada por el Heroico Cuerpo de Bomberos de la localidad, y después en un concurso con las otras Reinas, que representaban a otras entidades públicas y privadas, se sometían a una evaluación de un jurado compuesto por "las más altas personalidades de la ciudad".

Bajo el formato de un verdadero certámen de belleza, cosa difícil de juzgar, el jurado siempre termina inclinándose por la chica más adinerada, cosa que no demerita la belleza física de la muchacha. La que gana el certámen siempre es una linda criatura del señor, pero respaldada por la fortuna de su familia, que "compra" adhesiones al por mayor en la ciudad.

Lucrecia I, le ganó la partida a doce gentiles damitas locales, muy bien respaldada por su papi, el más rico de la ciudad.

El día del gran desfile, salen todas las reinas en carrozas bellamente ornamentadas,y van saludando a sus "súbditos" que se agolpan en todas las calles para no perderse el espectáculo de bellezas a plena luz del día, porque esas chiquillas no acostumbran andar por las calles así como así. Son niñas de su casa, muy bien cuidadas por su mamá y el resto de la familia.

En la noche del día 15 de septiembre, es el gran baile de honor para celebrar a la reina de la ciudad y a sus princesas.

En un salón muy decorado con motivos patrios, banderitas y globos azules y blancos, y mucha hoja de pino en el suelo, que levanta unos aromas a campo perfumado, y que embelesan a todos los presentes.

Asistir al baile cuesta mucho dinero, porque incluye cena de gala, que consta de una sopa que casi siempre es una crema de espárragos, un plato fuerte que incluye puré de papá y pollo frito, o chuletas de puerco con un puré de manzana encima, postre y pastel de crema o de chocolate, café o té.

Las Reina la sientan en un trono especial y sus princesas la flanquean, todas divinas, ellas no terminan de sonreír toda la noche por aquello de las fotos y los flashes que iluminan sus rostros bellamente maquillados y con sus peinados altos, sostenidos por capas de laca. sus vestidos, casi todos, son estraples, en colores pastel.

Bailar con la Reina es lo más complicado del mundo, pero Leonardo que es un hombre joven, intrépido porque ha vivido en el extranjero, y ahora vuelve a visitar a sus padres, se arroja al trono y le pide a la Reina que le complazca con un baile, ella accede dudosa, porque no lo conoce y nadie le puede dar referencias del chico en ese instánte. La pareja baila y los asistentes empiezan de inmediato a prodigar muchos aplausos, y eso es la señal para que otras parejas se encaminen a la pista a acompañar a la Reina.

Leonardo atrae hacia sí el cuerpo frágil de Lucrecia I, porque así es como se baila en esa ciudad, mejilla con mejilla, y le susurra al oído que le gusta mucho como huele su cabello negro, y que bonita sonrisa tiene, y que hermoso cuerpo posee, y que buena familia la suya; y Lucrecia I, se estemece toda ella por las palabras de Leonardo y cierra los ojos y se deja llevar por los acordes de la marimba, que en ese momento interpreta el himno de la ciudad: "Luna de Xelajú".

La única oportunidad era esa, solo se acepta una pieza de baile con la Reina, así que Leonardo, en un descuido de Lucrecia I, le roba un beso tímidamente y ella abre sus ojos negros y le sonríe como una verdadera Reina.

Termina la pieza de marimba y Leonardo, todo un caballero él, lleva a la Reina del brazo de regreso al trono, ella agradece los cumplidos sin palabras; todo es un lenguaje de ojos y sonrisas, el lenguaje del cuerpo, de la seducción femenina al máximo.

El resto de la noche nadie se atreve a sacar a bailar a la Reina, y no le queda más remedio al padre de la Reina bailar con ella algunas piezas y sus primos también hacen lo propio con Lucrecia I. Ella busca con su mirada pícara la presencia de Leonardo en el salón y no lo encuentra por ninguna parte, al parecer Leonardo se ha ido.

Cuando llega la hora de la cena, un mesero se acerca a la Reina y le entrega un papel con un escrito breve: "Me gustas mucho, mi reina adorable. Tuyo Leo". Lucrecia I, guarda bien doblado el papel entre su escote, y respira hondamente y cierra nuevamente los ojos, y se pierde en sus pensamientos más íntimos.

Leonardo tenía que volver muy pronto a su lugar de estudios en el extranjero, por eso pidió ayuda a sus amigos para que le concertaran una cita con Lucrecia I.

El encuentro se dió pero costó vencer muchas dificultades, la familia era muiy celosa en el cuidado de Lucrecia. Se vieron en un hotel de la localidad para almorzar, todo el mundo supo que Lucrecia se estaba reuniendo con un chico en ese elegante hotel, era un hecho público.

Almorzaron rico, aunque ella cuidó mucho no comer más que la ensalada y el postre, y una bebida de naranja. El habló todo el tiempo y le propuso que fueran novios, ella no respondió solo se cerró los ojos en señal de aprobación. Ambos sintieron que el corazón se salía de su sitio de tanta emoción, y se dieron un largo beso en la boca, con los ojos cerrados como corresponde a los verdaderamente enamorados.

No se soltaron las manos, que habían entrelazado durante todo el tiempo que duró el almuerzo. Y se veían a los ojos con pasión infinita.

Al final del almuerzo Lucrecia I, como una Reina le pidió a Leonardo, una fecha para casarse que fuera posterior al año en curso. Leonardo tragó saliva y aclaró la garganta con un sorbo de limonada, y en lugar de pronunciarse con verdad, le estampó un beso más largo aún que el anterior y se levantó de la mesa con una sonrisa radiante y condujo a Lucrecia I hacia su automóvil, donde la esperaba el chofer de la familia.

Ella como una verdadera Reina, sacó la mano por la ventanilla y se despidió como una soberana, agitando dos veces la palma abierta de su mano derecha y sin dejar de sonreír. leonardo se quedó estático con la mirada fija en ella y le sonrió tambien.

Jamás se volvieron a encontrar, ella se casó al año exacto de conocer a Leonardo con otro hombre, muy parecido físicamente a él...

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