lunes, 26 de julio de 2010

La Brenda vuelve de Nueva York.

La Brenda anoche me avisó por teléfono que llegaba hoy a la ciudad de México, fui a esperarla naturalmente. Me apersoné en el aeropuerto de la ciudad de México, lleno de ansiedad por el regreso de mi Brenda.

Lo primero que veo, es que ella traía una serie de maletas que no cabían en el carrito, por lo que tuvo que entrar un señor que da servicio de maletero, para traer bajo sus brazos otras maletas más, aparte de las del carrito.

Cualquiera diría que La Brenda es una estrella del cine o de la televisión, no solo por lo guapa y hermosa que es, y por como se maquilla y por la ropa elegante que porta, si no sobre todo por la cantidad de equipaje que la acompaña en cada viaje. Ella no repite ropa ni un sólo día de la semana, porque su puesto de ejecutiva se lo exige y, a ella, eso le fascina.


Volvimos al mismo hotel Nikko del Paseo de la Reforma, ya tenía reservada la habitación, la misma de la vez anterior, la 2000 en el piso veinte.

Me dijo: -"negrito, hoy te toca disfrutar de una pasarela de la moda neoyorkina, el último grito de la moda, lo más fashion que te puedas imaginar, vida mia. Sólo alcancé a decirle: "Ok, mi amor".

La Brenda entró en la enorme habitación del hotel, eufórica, feliz, por sus compras y porque me iba a modelar sus vestidos y zapatos, además de la preciosa y lujuriosa lencería en varios colores (blanca, negra, roja y verde). Yo me instalé en un cómodo sillón, tipo reposet, y me preparé para presenciar tan magnífico desfile, con una sóla modelo: La Brenda.

Ella pidió al restaurante del hotel que nos subieran una ricas viandas y varias bebidas espirituosas: para mi wisky en las rocas, para ella una docena de coca colas de dieta y su bendito ron jamaiquino.

Ella puso la habitación a media luz y empezó el desfile, diciéndome marcas, modelos y precios de las prendas, yo solamente asentía con la cabeza y daba mi aprobación a su buen gusto y gran despilfarro de billetes verdes. En realidad se veía divina con cada prenda, y yo aplaudía en cada aparición suya, eso si con mucha sinceridad.

Cuando lució la lencería, en los diversos modelos y colores, yo le propiné una gran ovación y me puse de pié, y le gritaba: "eres hermosa, maravillosa y graciosa", ella solo sonreía sin decir palabra alguna. Entre tanto yo bebía el wisky que me gusta, ese el de la etiqueta negra, y probaba los deliciosos bocadillos de caviar, salmón canadiense, espárragos, champiñones, etcétera.

Para finalizar se puso el vestido de novia que su ex-prometido vasco le regaló, habiéndolo comprado en Paris, en la casa prestigiada de Christian Dior; realmente es un monumento de mujer, que entallada en ese bellísimo traje de novia blanco marfíl, me hizo sentir escalosfríos.

Me pude imaginar la escena de la boda, ella radiante como se ponen todas las novias en el mundo, porque además se colocó todos los accesorios que compró en Nueva York, el ramo, el lazo, el velo, los zapatos de la misma tela y color, la bolsa...

En ese instánte me dieron enormes ganas de casarme con ella, sólo para dárles envidia a mis amigos, que siempre traen novias mal vestidas o de plano hipies, fachosonas ellas. La Brenda se cuece aparte, gana mucha plata y tiene gusto refinado para todo, menos para beber alcohol, a todo le agrega coca cola de dieta, !!qué asco¡¡

La cabeza me sigió dando vueltas con la idea de casarme nuevamente, pero una voz interna me gritaba: ¿Para qué?

Finalmente cenamos rico en la habitación, ella pidió comida japonesa porque quería hacer el amor y no sentirse muy llena de la barriga.

Yo cumplí como todo un caballero, pero no sin antes tomarme la bendita pastilla azul.

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