lunes, 19 de julio de 2010

Brenda, el amor de mi vida.

Brenda y yo nos conocimos en el verano del 2006, en la bella ciudad colonial de Querétaro, México. Fue un amor a primera vista, como dirían los enamorados cursis. Aunque a mi me fue presentada por una buena amiga mútua, quien le había contado a Brenda detalles significativos de mi currículum vitae, que a ella le sorprendieron y la cautivaron. Por ejemplo, el que tuviera ancestros cubanos de origen africano, mientras que mis doctorados en antropología y psicoanálisis, no le causaron ningún interés.

También le fascinó el hecho de que hubiera vivido algunos años en Italia, España y Francia, ya que a su criterio muy personal, eso me convertía en "un hombre de mundo". En esa época en que conocí y me enamoré de la Brenda, ella aún no se atrevía a viajar fuera de las fronteras mexicanas. Después, emprendió un largo periplo por Europa y Africa, que yo quiero entender que fue a buscar mis raíces e identidad, nada más que mi Brenda, un tanto ignorante en materia de geografía e historia, fue a rastrear mis huellas culturales a la parte norte de Africa, Marruecos, muy lejos de donde provinieron mis ancestros, Angola.

Con la Brenda he vivido los años más felices de mi vida adulta, fueron solamente dos, pero nutridos de experiencias vitales y trascendentales.

La última vez que nos vimos, ella tuvo un ataque de pánico incontrolable, que me hizo internarla en un hospital psiquiátrico de la región central del país, para que la controlaran. Para mi el diagnóstico sobre lo que le ocurrió a mi amada Brenda, fue un brote psicótico. Y, gracias a mis contactos profesionales con el campo de la psiquiatría, mis colegas hicieron el favor de internarla y someterla a un tratamiento de un par de meses en dicho sanatorio, sin que tuviera yo que desembolsar un solo peso.

La Brenda está muy recuperada de su salud mental, no ha tenido otra reacaída desde aquella vez en que la interné en la clínica psiquiátrica.

Yo sabía que entre la Brenda y yo había una suerte de locura amorosa, ese romance nos desbordó a los dos, al grado de cometer actos insólitos que por mi carácter apacible y ordenado, no me los autorizaba. Me decía ella, eufórica, amor quiero bailar toda la noche, yo aceptaba la invitación a desfogarnos bailando en centros nocturnos de mala muerte, ubicados en barrios peligrosos de la ciudad de México, atestados de maleantes y protitutas baratas. Ahí se sentía la Brenda, plena y realizada como mujer. Otras veces, después de hacer el amor como veinteañeros, disponíamos viajar al mar, a Acapulco, cuyos quinientos kilómetros devorabamos en su auto nuevo, a toda velocidad, manejando ella.

Esos viajes a ningún destino definido, me encantaban y me liberaban de mis obligaciones laborales, le pedía a mi secretaría que cancelara todas las citas con mis pacientes y mis cursos en la universidad, durante una semana, al menos. Viví plenamente el romance con la mujer más bella y loca que había conocido hasta ese momento. Era guapa, hermosa y voluptuosa la Brenda. La cama fue el refugio ideal para nuestra felicidad y el auto que nos brindaba libertad de movimiento.

Ella y yo siempre mantuvimos relaciones amorosas convencionales y aburridas, antes de conocernos.

A mis sesenta años y a los cuarenta y ocho de ella, parecía, a simple vista, que no podríamos funcionar como una pareja enamorada. Pero, sí pudimos echar andar una bella relación sin límites, creativa y lúdica. Nos besábamos torridamente en los parque públicos, ante las miradas incrédulas de los ancianos que descansaban plácidamente en las bancas, manchadas de mierda de palomas.

Algunas personas sonreían ante tanta efusividad en el abrazo, y en el beso prolongado, que mordisqueaba los labios hasta sangrarlos. Otras personas, nos censuraban con su mirada gélida y reprobatoria.

La Brenda y yo le mostramos al mundo cuán felices éramos juntos, todo el tiempo.

Hasta que la Brenda cayó en ese bache psicótico que me asustó demasiado y me hizo internarla por un breve tiempo.

Ayer, la Brenda me localizó en el teléfono celular que traigo desde aquella época de nuestra relación, y me planteó la pregunta. ¿Negrito, quieres que te vaya a buscar a México?

Después del paso del tiempo, no sé cómo está ella ahora, de su cabeza. Quiero suponer, necesito creer que ella está sana. La deseo y me muero por volver a verla otra vez.

Quizá mañana que venga hacia mi, resolvamos volver a intentarlo de nuevo, y partamos velozmente a Acapulco a celebrar este dichoso reencuentro...

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