miércoles, 9 de junio de 2010

El cáncer fue el fantasma del siglo XX.

Me niego tajantemente a escribir una narración acerca de los dos años que enfrenté al cáncer y publicarlo como un libro literario, eso para mi no tiene ningún valor, simplemente luché todos los días contra algo que sabía podía vencer, pese a todo.

Solamente diré que acepté ingresar como "conejillo de indias" para que experimentaran en mi cuerpo un nuevo medicamento contra el cáncer de próstata, corrí el riesgo de morir en el intento pero me atreví.

Fueron dos años de pérdidas continuas: uñas, cabello, dientes, el olfato, el tacto y el gusto, entre otras cuestiones dolorosas. Y, para rematar, perdí también a mi compañera sentimental a quien amaba. Me tuve que enfrentar a todo el proceso en plena soledad. Lloré de impotencia y de rabia, como nunca me había atrevido hacerlo (los hombres no lloran, era la consigna de mi época).

Escribí todos los días de la hospitalización, con dolor físico intenso, pero era mi catarsis diaria. La literatura me salvó la vida.

Hoy deseo escribir acerca de la vida y la dicha de disfrutar cada instante del día, por eso escribo historias de amor.

Vivo en ciudad de Guatemala, rodeado de afectos intensos y de paisajes maravillosos, soy un ser afortunado por poder contemplar los volcanes que tantas erupciones y terremotos causan a mi tierra, también puedo caminar por las calles empedradas de La Antigua Guatemala, y beber deliciosas tazas de café guatemalteco de exportación a precios de risa.

Vivo el presente, el aquí y el ahora, como lo haría cualquier budista practicante.

No hay pasado ni futuro, todo lo que tengo es este instante y ya.

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