domingo, 28 de marzo de 2010

La felicidad del placer.

El sexo estuvo aprisionado por largo tiempo; la sociedad patriarcal, puritana, hipócrita y rígida, era su fiel guardian. Cuando cayeron esas ataduras con la píldora anticonceptiva, por fin había una relación pura de toda pureza, un encuentro que no servía a otro propósito que el del placer y el goce. Un sueño de felicidad sin ataduras, una felicidad sin temor a efectos secundarios y alegremente despreocupada de sus consecuencias: la encarnación misma de la libertad.

Está bien, y quizá sea incluso excitante y maravilloso, que el sexo se haya liberado hasta tal punto. El problema es cómo sostenerlo en su lugar una vez que le hemos quitado el contrapeso, cómo hacer que no se salga de su cauce cuando ya no existen frenos al sexo.

Volar liviano produce alegría, volar a la deriva es algo angustiante. El cambio es embriagador, la volatilidad es preocupante.

¿ La insoportable levedad del sexo ?

Todas las formas de relaciones íntimas que se encuentran de moda ahora, llevan la misma máscara de falsa felicidad que en otro tiempo llevó el amor marital y luego el "amor libre".

Cuando retiramos esa falsa máscara de felicidad, nos encontramos con anhelos insatisfechos, nervios destrozados, amores desengañados, heridas, miedos, soledad, hipocresía, egoismo y repetición compulsiva, puras rutinas aburridas entre ellos.

Todos se preocupan obsesivamente por alcanzar un buen rendimiento en el sexo, porque con esa vara serán medidos implacablemente. Ellas no quieren aparecer como frígidas y ellos como impotentes. Por eso piensan equivocadamente, que la clave de ese miedo se resuelve con un buen físico, un buen cuerpo atlético, con el fisiculturismo elaborado en cientos de horas de gimnasio y una buena ingesta de suplementos vitamínicos y esteroides.

Preocuparse por el rendimiento bajo las sábanas no deja ni lugar ni tiempo para el éxtasis. El camino de la perfección física no conduce hacia la metafísica. El músculo crece y el cerebro se encoge.

El poder seductor del sexo solía emanar de la emoción, el éxtasis y la metafísica, pero el misterio ha desaparecido y, por lo tanto, los anhelos sólo pueden quedar insatisfechos.

Cuando el sexo significa solamente un evento fisiológico del cuerpo y la "sensualidad" no evoca más que una sensación corporal placentera, el sexo no se libera de sus cargas superfluas, inútiles y agobiantes. Muy por el contrario, se "sobrecarga". Se desborda sin ninguna expectativa que no sea la de simplemente "cumplir" con el otro, ni siquiera consigo mismo.

Cuando los amantes posmodernos tienen una cita sexual, lo primero que hacen previamente son ejercicios de gimnasio, después se van al SPA a los masajes antiestrés y las respectivas mascarillas refrescantes, y, por último, se toman sus dósis autorrecetadas de VIAGRA, CIALIS o cualquier otra pócima milagrosa en contra de la impotencia o la eyaculación precoz.

Si los varones consiguen mantener una erección de más de diez minutos, se consideran súperhombres y pueden ufanarse de ello con sus amigos.

Hay mucha presión para poder cumplir con los estándares que quién sabe quién estableció para hombres y mujeres; fallar en eso es motivo de grandes depresiones e inclusive son motivo para el suicidio.

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