sábado, 6 de marzo de 2010

El deprimido: un iluso sin remedio.

Entre las metas que la mayoría de nosotros se proponen alcanzar, se encuentran la riqueza, la fama y el poder. Pero en esta sociedad posmoderna todo el mundo quiere ser rico, millonario, nadar en dinero. Por querer ser ricos a toda costa hacen lo imposible por lograrlo, hasta se han escrito libros de auto ayuda que indican el camino para convertirse en millonarios.

Hasta la difundida tesis de que atraemos las ideas que queremos, lo que nos quiere enseñar a todos es hacernos millonarios en dólares. Eso significa desconocer el origen de las grandes fortunas en el mundo, que por lo regular tienen raíces en el saqueo, en el robo o en el crimen. Hay dos formas clásicas de robar en la economía capitalista: una consiste en robar a mano armada, la otra fundando un banco.

Cuando perseguimos ilusiones nos proponemos metas poco realistas, creyendo que si las logramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de autoexpresión y nos harían capaces de amar.

El típico ejemplo de un iluso moderno, es aquel que compra billetes de lotería con la esperanza de hacerse millonario de la noche a la mañana; o bien, se dedica a los juegos de azar en los casinos de Las Vegas, o en su propio pueblo o ciudad. Lo que es irreal no es la meta, sino la recompensa que se supone viene aparejada a la meta.

La mística de esta civilización es la hacerse rico. Por eso dividimos a las personas entre las que tienen y las que no tienen. Creemos que los ricos son los privilegiados que poseen los medios para satisfacer sus deseos y en consecuencia para realizarse. Desgraciadamente, esto no funciona para todo el mundo. Tanto se deprime el rico como el pobre. El dinero no proporciona las satisfacciones internas que son las que hacen que la vida merezca la pena vivirse.

En muchos casos que conocemos, la tendencia a ganar dinero desvía la energía de las actividades más creativas y autoexpresivas, con lo cual el espíritu se empobrece. Son pobres con mucho dinero. No viven su propia vida, sino que son esclavos del dinero, viven para él de una manera obsesiva. Estos ricos nunca tienen tiempo para su familia, sus relaciones íntimas, para sí mismos; al final de cuentas terminan siendo los más ricos del cementerio, porque nunca supieron para qué era el dinero que atesoraban con tanto ahínco.

El éxito y la fama pertenencen a otro orden de cosas, habría que decir que tanto el dinero, como la fama y el éxito son asuntos efímeros quer pueden desaparecer de un momento a otro. Los casos típicos son los artístas del cine y la televisión, los políticos, etcétera.

El éxito y la fama se basa en la ilusión de que no sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa aceptación y aprobación de los demás que tanto anhelamos en la vida. Estos logros, si es que se pueden alcanzar, contribuyen muy poco a la vida interior del sujeto. Muchos triunfadores se han suicidado en la cumbre del éxito. Nadie ha encontrado el verdadero amor a través de la fama, y muy pocos han superadola sensación interna de soledad gracias a ella.

Por muy fuertes y prolongados que sean los aplaudos que brinda la muchedumbre a los artistas, no llegan al corazón. A pesar de que éstas son las metas que glorifica esta sociedad de masas, la verdadera vida se vive en un nivel mucho más íntimo.

Por lo tanto, se puede definir como meta irreal aquella que conlleva expectativas poco realistas. El verdadero objetivo que hay tras la lucha por el dinero, el éxito y la fama es la autoaceptación, la autoestima y la autoexpresión.

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