miércoles, 10 de marzo de 2010

Cap. Dos/ Zara, la madrastra.

No me gusta trabajar estas jornadas tan largas por un miserable sueldo, y mucho menos me agrada haber tenido que abandonar mis estudios de psicología en la universidad de San Carlos, pero no tengo alternativa. Mis padres, ambos son maestros rurales, y tiene una plaza en el Ministerio de Educación, quienes los asignó a sitios muy remotos del país; mi madre fue ubicada en San Marcos y mi padre en Zacapa, también ellos ganan muy poco por su labor magisterial. Mis padres se separaron cuando yo tenía 16 años y mi hermano menor estaba recién nacido. Mi padre se fue a buscar trabajo a los Estados Unidos, al principio mandaba dinero a mi mamá, pero después supimos por unos amigos que viven allá en California, que mi papá ya tenía otra mujer y otros hijos. Mi mamá se deprimió mucho porque el plan era separarse para mejorar económicamente la familia, y al cabo de los años, con un buen ahorro poder comprarse una casa grande.

La depresión profunda de mi mamá se agravó el día que le dijo el doctor que tenía un tumor en el seno derecho, y que posiblemente fuera canceroso. Y así fue. Desde hace varios años, mi mamá se encuentra bajo tratamiento de radiaciones y quimioterapia, lo que la tiene alejada del trabajo de maestra por incapacidad laboral. Sigue recibiendo su sueldo pero los gastos son inmensamente mayores, por eso tengo que trabajar para poder compensar esos gastos en medicamentos y operaciones.

Mi hermanito es un chico problema, lo han expulsado de varias escuelas por malcriado, además de tener una atención dispersa, es muy violento desde que se fue mi papá de la casa. El también necesita la atención de una terapeuta, que aunque cobra poco, para mi es mucho.

Mis deseos son sencillos y complicados también: me quiero casar con un hombre que tenga recursos económicos, un buen trabajo y una casa propia, además de su auto. Y, yo me pregunto: ¿y ese hombre dónde existe?

Ya no quiero pasar hambre ni incomodidades.

Pero lo que verdaderamente me inquieta es el cáncer de mamá. Los doctores no me dicen cual es el pronóstico verdadero, cuánto va a vivir y qué efectos colaterales tiene que padecer ademas de su calvicie. Y de su daño emocional, ¿quién se hará cargo de ello?

Por esa situación desgraciada que vivo día a día, tengo que viajar con miedo en los autobuses y superar los acosos de los hombres groseros que viajan también.

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