martes, 23 de febrero de 2010

Estamos perdidos en la modernidad.

Pienso que venimos de algún sitio y vamos a otro lugar; pero no puede ocultársenos que nos resulta imposible adquirir una visión de conjunto de la situación en que nos encontramos en el mundo actual: estamos como dentro de un bosque tupido. Nos hemos perdido, y ese sentimiento es hoy el estado normal. Empezamos a buscar un claro fuera del bosque.

Existe la posibilidad de buscar los origenes, la verdadera mismisidad, un punto donde empezó el camino equivocado. Aunque el peligro está en que fallemos hacia atrás o hacia dentro.

En tal caso, se da la posibilidad de andar de frente, para llegar a aquel lugar al que creemos pertenecer: el progreso, la modernidad. Pero ahí nos acecha el peligro de que nos perdamos hacia adelante, hacia fuera.

La tercera posibilidad consiste en establecerse en el lugar del extravío actual y hacer allí un claro, sin preocuparnos del origen o del fin. El claro es lo provisorio donde se puede vivir, el habitar en el extravío, en el lugar concreto, aquí y ahora, en un sitio libre desde el que mirar al cielo, rodeados del bosque de la civilización, pero mantenido a distancia.

La serenidad de guardar las distancias presupone la visión de que la historia en su conjunto no se dirige a ningún fin. La historia no es un viaje en el que estemos en camino, en el que podamos perder la conexión, como sucede con los aviones. La historia ha llegado siempre al fin, en cada momento está en su fin. En lo que se refiere a planes y programaciones a futuro, habrá que contar siempre con la posibilidad de que las cosas no salgan de acuerdo a lo pensado.

La historia es un resultado que nadie ha pretendido que sea tal como es, y que procede de numerosas intenciones particulares, las cuales se entrecruzan, enlazan y desvían. El hombre en lugar de hacer historia, está enredado en historias ; reacciona a ellas y así surgen nuevas historias.

Historia es el hormiguero de historias, por lo cual, evidentemente, no podemos ver la historia en su conjunto.

En este contexto hacer un claro en el bosque de la civilización significa además cultivar formas de conducta y de pensamiento que no pretendan concordar con la histeria globalista; significa, pues, menos rapidez, abrir la posibilidad al capricho, cultivar el sentido de lo local, capacidad para desconectar, para no estar accesible para nadie.

Esto lo sabe bien quien posee un teléfono móvil. Potencialmente está siempre accesible para todos y, por ello, es su deber explicar largamente las razones por las cuales está desconectado. Puede ser que no quiera ser localizado, y apague el teléfono o no conteste el aparato, se vale. El estar siempre accesible es el ideal de esta sociedad de la comunicación.

Estar comunicado por el móvil es señal de progreso. Asoma la sugerencia de que se trata de una apertura general y de una constante disposición a la comunicación. Pero se olvida a veces que no solo nuestro cuerpo necesita una protección inmunológica, sino tambiénnuestro espíritu.

No podemos permitir que todo entre en nosotros; ha de entrar solo en la medida en que podamos apropiarnos de ello. En el diluvio de información que atosiga a todos, todos los días, estamos perdidos sin un sistema de filtros eficiente. Y solo podemos proporcionárnoslo si sabemos qué queremos y que necesitamos.

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